Por una parte, Pequeñas mentiras sin importancia me recuerda a las comedias norteamericanas de los 80 protagonizadas por adolescentes y jóvenes dispuestos a vivir la vida loca de forma intensa. Pero por otra parte, el drama que barniza el relato de Guillaume Canet no podría ser más actual. Se hace referencia a la crisis económica y la liberación sexual (ésta última, con una elegancia de la que carecen todas las comedias españolas) y sobre todo tenemos personajes que nacieron un poco antes o después de esos 80 dorados y que en parte se niegan a abandonar. Es como si la tragedia se impusiese a la comedia de forma inevitable, accidental, natural. Pero el término de 'comedia dramática', o su análoga 'tragicomedia', son etiquetas inexactas para describir el humor negro, la melancolía y la catarsis final de una película extraña, que uno no sabe si es comercial o extremadamente personal, si aspira a ser un título fundacional (la excelente nómina de actores, casi todos ya consagrados dentro y fuera de Francia, apoyan la idea, además de su selección musical) o si Canet simplemente quería rodar entre camaradas una película para sus amigos (y por extensión, para la gente de su generación), como en esa escena en la que el grupo, hablando entre risas y sentados en el sofá, recuerda los vídeos de veranos pasados. Pequeñas mentiras sin importancia es una película veraniega que recurre a un metraje de 145 minutos para simular esas largas vacaciones de los protagonistas, y lejos de aburrir da la sensación de que todo en la película ha sido vivido por los actores (y nosotros lo recibimos todo en primera persona: de aquí que el desasosegante final nos coja con el pañuelo en la mano). Una sensación de verdad, complicidad e intimidad que sólo puede conseguir un director joven, arriesgado pero no inconsciente, que al ser actor sabe mejor que nadie cómo tratar a los intérpretes de su película. Esa ha sido la clave de su éxito por su paso en los cines españoles y el verdadero atractivo del film francés más taquillero en su país durante 2010.
Pequeñas mentiras sin importancia empieza con un accidente de tráfico que es el detonante de todo. Ludo está en un hospital gravemente herido tras ser aplastado por un camión. Sus amigos se reencuentran para verle y deciden seguir con sus vacaciones a pesar de la tragedia. Pero este año su estancia en la costa azul no será la misma: Ludo ha abierto sin querer una brecha que ya es irreparable. La película habla del fin de la inocencia y de personajes que se niegan a actuar como gente adulta. El accidente de su amigo los despierta, los obliga a replantearse sus relaciones entre ellos y con las parejas que han dejado en París. Una premisa que una vez sugerida resulta obvia, pero la película funciona porque, a diferencia de muchos dramas de sobremesa o comedias infantiles, Pequeñas mentiras sin importancia cuenta con buenos personajes, seres de carne y hueso que vamos conociendo a medida que avanza el relato. En medio, Canet se permite alguna licencia afín al gag sutil (todos los líos protagonizados por el ricachón vanidoso de François Cluzet) y fuerza al máximo su historia (pese a todo, 145 minutos siempre son 145 minutos), y aún así sigue a flote, rematando un film sobre la amistad y el desencanto que perfectamente podríamos ver una vez cada año, coincidiendo con el inicio del estío. Vaya: una de esas películas que se ven y recuerdan más con el corazón que con la cabeza. Rescátenla: seguro que será una de sus ficciones favoritas de este 2011.
Nota: 7'5
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Fantástica película, espléndido guión y sobre todo soberbias interpretaciones Marion Cotillard y su speech final a la cabeza. Snif, sniff.
ResponderEliminarExcelente película en todos los aspectos!
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