miércoles, 13 de julio de 2011

Especial CHRISTOPHE HONORÉ: MA MÈRE y 17 FOIS CÉCILE CASSARD

MI MADRE (MA MÈRE), de Christophe Honoré (2004)
Mi madre tiene todo lo peor del cine de Honoré. El director se ha inspirado en una novela que imaginamos no era demasiado buena. Mi madre es la historia de una madre muy peculiar que no ve a su hijo desde hace años y que ahora, mientras veranean en una casa de las Islas Canarias y aprovechando que el padre de la familia ha muerto, quiere que su retoño participe del libertinaje, las noches de fiesta y las experiencias sexuales que ofrece el verano. Esta es la excusa argumental que da pie a un sinfín de bodegones mórbidos con cuerpos desnudos acariciándose, copulando, jugando a las perversidades sexuales más surrealistas. El problema es que Mi madre no sabe crear una atmósfera, no interesa ni inquieta, ni tan siquiera es entretenida como thrillers sexuales del estilo de Atracción Fatal, Infiel, Acoso o Instinto Básico (el último estreno de este subgénero sería la Chloe de Atom Egoyan). A Mi madre le sobra pedantería y le falta una historia potente. No es una reflexión sobre las relaciones maternofiliales, no funciona como película porno, ni tan siquiera la siempre excelente Isabelle Huppert salva tanta extravagancia. ¿Qué sentido tiene esa escena del hijo masturbándose viendo un cadáver o el momento en el que la amiga introduce un dedo en el culo de Garrel? Escatología barata enmascarada de cine de autor.



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Nota: 3'5



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17 FOIS CÉCILE CASSARD, de Christophe Honoré (Francia, 1996)
Cécile acaba de perder a su marido y no tiene fuerzas para nada. Sólo sale de casa para ir al cementerio. Es incapaz de superar la pérdida del ser querido y tampoco quiere rehacer su vida. Se recrea en su dolor, esconde la cabeza en su caparazón y huye a otro lugar, dejando a su hijo pequeño con su mejor amiga. En esa escapada  encontrará a Mathieu, un joven gay deseoso por conocer mundo. Ambos quieren huir, pero Cécile abraza la muerte y Mathieu se aferra a la vida. Él quiere conocer cuantos más chicos mejor, y ella ha renunciado a tener relaciones sexuales con otros hombres. Entre ellos se establece una relación de amistad muy curiosa, aunque Cécile sigue sin dar su brazo a torcer, recreándose en un luto que no parece tener fin. Finalmente Cécile irá aprendiendo la cita literaria que parece guiar la existencia de Mathieu: Vouloir le bonheur, c'est déjà un peu le bonheur. La melancolía de ella, los bailes de él. Una extraña pareja a la deriva que Honoré filma con respeto, sin juzgarla, sumiéndonos en la apatía de Cécile y la vitalidad de Mathieu. Ya en su ópera prima Honoré demuestra una coherencia estética increible, se recrea en el oscuro mundo de su protagonista y por momentos prefiere abrazar un romanticismo negro más visual que narrativo (Cécile intentándose suicidar en un río, el baile de los protagonistas). Honoré se muestra radical y su 17 fois Cécile Cassard resulta tan desoladora como exasperante, tal y como ocurre con esa Cécile tan esquiva, una Madame Bovary que se mueve en escenarios abstractos, putrefactos y coloristas según el vaivén imaginativo de su director. Aunque si se trata de no poner en duda las decisiones y actitudes de los personajes, 17 fois Cécile Cassard es una elegía en la que no es difícil reconocer escenas potentísimas y momentos muertos, contrastes y contradicciones de un realizador excéntrico y unos personajes bizarros que, a pesar de todo, dejan huella.


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Nota: 6

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