viernes, 1 de julio de 2011

Cénit y caída de una estrella del glam rock: VELVET GOLDMINE

En Velvet Goldmine, el artista Brian Slade que interpreta el irlandés Jonathan Rhys Meyers simula su propio asesinato en directo durante el último concierto de su gira. Ese es el inicio de una ola mediática que acaba con el resplandor de la estrella, y ese es el arranque del film de Todd Haynes. Pocas películas tienen un protagonista tan amorfo y esquivo: el resto de personajes, todos ellos reencontrados por el periodista al que da vida Christian Bale, se dedican a dar su impresión sobre Brian, intentan adivinar cómo era la persona que precedía al cantante, y cómo se gestó el personaje icónico a partir del cantante. Un juego de espejos e identidades que su director filma tomando la música y la estética del Glam Rock como símbolos de la revolución social y la liberación sexual de finales de los 60 y principios de los 70. Así pues, la música es la sintonía de toda una generación, el arte popular capaz de dar entidad e identidad a un grupo de gente unida por los mismos gustos y consignas. Aunque la industria musical también es un negocio, y Velvet Goldmine es una aproximación al fenómeno fan y al disfuncional mundo del artista prototípico que lo gana y lo pierde todo en cuestión de segundos. Lo más interesante de Velvet Goldmine es su constante juguetona: es la descripción de una época, es una referencia velada al mismísimo David Bowie, es un film psicodélico que en el fondo aspira a ser un falso documental, la falsa reconstrucción de la falsa vida de un falso artista. Velvet Goldmine alcanza la excelencia como remake atípico e indomable: en ningún momento la reconstrucción de los 'no hechos' sigue un orden cronológico, la trama no quiere seguir los cánones habituales; y el espectador, sabedor de la mentira, se deja zambullir en el colorido, el estallido pop, el discurso hippie y la ambientación musical de Haynes (el director también transitó vías paralelas para construir el personal biopic de Bob Dylan I'm not there). Aquí las lentejuelas, la purpurina y el maquillaje extravagante esconden el vacío, la soledad, las contradicciones del famoso. Y como reza el rétulo inicial del film, no porque la historia sea ficticia debe tener menos impacto que las verdaderas trayectorias de otros cantantes supuestamente suicidados (Kurt Kobain), asesinados (John Lennon) o víctimas de sus drogadicciones (Janis Joplin). El mensaje de Velvet Goldmine sigue todavía vigente, y no sólo porque otros artistas mayoritarios como Lady Gaga hayan viajado hasta la fama por la vía de la provocación: el propio Rhys Meyers, el protagonista invisible del film, intentó suicidarse hace pocos días en su casa de Londres después de ser modelo de Hugo Boss, el rey Enrique VIII en la fantástica serie Los Tudor y pasar a los anales del séptimo arte por su participación en la obra maestra Match Point. ¿Qué impulsa a alguien que podría tenerlo todo a intentar acabar con su vida? La frustración, la infelicidad que se amaga detrás de un éxito de taquilla, una carrera brillante o un número uno en las listas de ventas sigue siendo un misterio y un material de alto voltaje e interés cinematográfico.


Por las relaciones entre música y cultura gay, porque Todd Haynes es la quintaesencia del llamado Queer Cinema y porque Velvet Goldmine es un film de culto, no existe mejor película para iniciar el Especial Queer Cinema que Cinoscar & Rarities les ofrecerá hasta mediados de julio. Si en su día no la vieron, háganlo: visiónenla en una sesión continua con Desayuno en Plutón, Hedwig and the Angry Inch, The Runaways, Destino: Woodstock, C.R.A.Z.Y., Last Days o El primer día del resto de tu vida.

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