Hace poco nos enterábamos por las redes sociales que La piel que habito llegará antes a las salas francesas (17 de agosto) y británicas (24 de agosto) que a las españolas (2 de septiembre). Este hecho no resulta extraño por sí solo, pero sí es cuanto menos sospechoso si tenemos en cuenta que la estrategia o la dejadez de retrasar el estreno de la película local más esperada del año viene a romper toda la tradición que rodeaba los films de Almodóvar: esto es, estreno español en primavera, lanzamiento en Cannes y posterior comercialización a todos los países, hasta llegar a los Estados Unidos para subirse a la siempre complicada carrera por el Óscar. Antes incluso de que sepamos la verdadera piel que esconde y cubre la nueva ficción del manchego, hay que preguntarse qué está sucediendo con La piel que habito. Tenemos muy pocas imágenes de la película, apenas un amago de tráiler que en verdad son treinta segundos de una de las escenas (intuimos) más importantes de la trama. Almodóvar aseguró que ni se planteaba estar en Cannes, pero hay que ser demasiado ingenuo para creerse tal afirmación. El director también alegó retrasos por el difícil rodaje y posterior montaje de la cinta, algo que cada día pierde fiabilidad. Las declaraciones de Agustín Almodóvar diciendo que 'actuarían como una major americana' como reacción al fracaso de la primera propuesta de la llamada Ley Sinde siguen en el ambiente después de que los dos hermanos hayan vuelto a formar parte de la Academia con la entrada en la presidencia de Enrique González Macho. La supuesta intención de El Deseo de mantener en secreto cualquier detalle de la cinta para mantener el secretismo, asegurar una aceptable taquilla e impedir el rápido pirateo del film pierde fuelle: en el momento que tu película se proyecta en Cannes, es imposible que el film siga virgen con las crónicas de los críticos, los comentarios de los allí reunidos, las diferentes webs que, incluso, revelan datos clave de la trama (a servidor ya le han destripado el final de El árbol de la vida: cosas de leer y al mismo tiempo intentar no leer, o cómo mantenerse informado lidiando con los spoilers). Quizás todo esto sean meras especulaciones de un cinéfilo o fan impaciente, pero en mi cabeza se plantean ideas tan locas como hilarantes: de viajar a París a finales del verano uno podría ver la película antes que en el cine de su localidad; incluso no sería raro que La piel que habito rondase antes por Pelisyonkis con copias screener subtituladas en francés o en inglés que en las salas comerciales.
A todo esto le precede un factor que tarde o temprano tenía que salir a la superficie: el desengaño reconvertido en desapego por parte del equipo de Almodóvar hacia España, país que hace mucho tiempo dejó de ser su principal motor económico y de premios. Subyacen cuestiones como la piratería, las ganas por potenciar en otros mercados las carreras de Elena Anaya o del ya consagrado Antonio Banderas y un largo etcétera, pero el epicentro de este nuevo episodio del eterno culebrón almodovariano está en ese desencanto hacia lo propio, dando fe de que uno nunca es profeta en su tierra aunque sus películas sean en su dramatismo y en su esperpento eminentemente españolas. A ese desapego hay que sumarle otro: el de la prensa local, día a día más sensacionalista e hiriente que, fiel a los tiempos revolucionarios que corren, se encargó de tirar por los suelos la película de nuestro exponente más internacional. Carlos Boyero, voz disidente por defecto, ha recibido esta vez la compañía de otros cronistas de otros periódicos, olvidando que La piel que habito salió de la Croisette con dos premios que, sean mayores o menores, no dejan de ser premios (o lo que es lo mismo, un logro de suma importancia para una cinematografía como la nuestra, como las tan injustamente vilipendiadas carreras de Penélope Cruz o Javier Bardem). Sin duda, tanto por parte del director como de quienes deben valorar su trabajo se echa en falta ese chovinismo (justificado o no) que cultivan en Francia, país donde la fidelidad a sus realizadores predilectos ha llevado a Almodóvar a una primera línea que en España es inexistente.
A estas alturas parece un ejercicio imposible pedir que cada película de Almodóvar sea lo que es: una película. Cada una de sus obras lleva detrás de sí una polémica y cuando tengamos que valorar en conjunto o por partes su obra nadie podrá mantenerse ajeno a sus encuentros y desencuentros con la Academia, a esa manía persecutoria española de hacer naufragar cualquier barco que lleve la bandera del éxito, a esa Palma de oro esquiva que acabará seguramente en premio honorífico. La trayectoria de La piel que habito, lo nuevo, lo último de Almodóvar, aún sigue a medio escribir. Habrá que esperar a los más que plausibles pases veraniegos para los miembros de la Academia, a lo que dará de sí la preselección para los Oscar fijada para mediados de septiembre, a la recepción del público de a pié (el mismo que no conectó con Los abrazos rotos, pero que encumbró Volver a la cima de las más vistas durante dos semanas consecutivas). Mientras, sigue ese runrún mediático con tendencia al pesimismo que ya presenta algunas tónicas habituales (esas escenas que, dicen, son graciosas y deberían ser dramáticas; la unánime celebración por la banda sonora de Alberto Iglesias; el impacto del último plano de la película, un cruce de miradas femenino, etc.). No se trata ni de defender ni de desterrar a Almodóvar, cineasta que se defiende y para otros se desacredita solo, sino de valorar con la mirada limpia, sin prejuicios, con profesionalidad y rigor una película capaz de eclipsar a todos los estrenos del año. Veremos qué sucede ese 2 de septiembre, aunque para entonces el desapego ya será evidente y puede que mayor si no se cumplen las expectativas.
Es una pena pero es así. El sector de la prensa más tradicional, el mismo que lo cubrió de gloria a finales de los ochenta y principio de los noventa, le ha dado la espalda. A cada obra presentada, una campaña casi difamatoria por algunas de las publicaciones importantes. Ésto únido a un público medio hastiado de la crónica social de sus filmes han dado el desapego que comentas.
ResponderEliminarEs realmente triste que sea así. Cómo buenos mediterráneos preferimos lo foráneo siempre. Es demasiada casualidad pero los baluartes del cine español tanto en dirección como en interpretación tienen un mejor cartel fuera de nuestro país. Algo impensable en Francia, donde hace uno días comentabas la libertad y la ayuda a sus artes.
Es una historia que nunca va a cambiar. Parte desde el núcleo de la propia academia de cine español.
Sobre el embargo de información. Me parece estupendo, la promoción de este filme está claramente americanizada. Con la exportación de sus creaciones, el manchego ha aprendido algo más, si cabe, a vender sus películas.
Un saludo Xavier.