sábado, 7 de mayo de 2011

Viaje al arrecife: Crítica de ALAMAR (MÉXICO, 2009)

Los padres de Natan son muy particulares. La madre es italiana y el padre mexicano. Ahora están separados y el niño vive en Italia. Pero coincidiendo con el verano, el niño volverá a Banco Chinchorro, el arrecife donde vive su padre. Con esta premisa, González Rubio hubiera podido hacer una clara contraposición entre la ciudad y aquellos pasajes naturales vírgenes de civilización, o dialogar sobre el trauma que supone cualquier divorcio con niños de por medio, pero esas historias no interesan a su realizador. Alamar prefiere ser una pequeña gema entre la ficción y el documental, la historia de un padre y un hijo que se reencuentran y entran en conexión con la espectacular naturaleza que se despliega ante ellos. Vemos sus jornadas de pesca, algunos gestos cómplices, los juegos del pequeño Natan y una descripción de cuantos peces y animales pueblan una especie de paraíso frágil pero precioso. Tras el viaje, uno puede preguntarse cómo continuará esa curiosa relación paternofilial, qué ocurrirá cuando Natan crezca y deba decidir entre dos mundos y maneras de entender la vida tan antitéticas. Pero, de nuevo, a González Rubio no le interesa el futuro de sus personajes. Alamar es una historia sobre el presente, y como tal debe entenderse como una experiencia cinematográfica de 75 minutos que se ven sin pestañear, sin dificultad y sobre todo logrando dejar  aparcado el estrés de nuestra actividad urbana. Y aunque ese ejercicio de desnudez, la estrategia de despojarse de cualquier ornamento complejo, define la magia de Alamar, también corta las miras del film y lo convierte, a su pesar, en un reportaje televisivo de lujo. Un viaje marciano, alegre y experimental al que le falta mayor hondura.


Nota: 6

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