Como ocurre recientemente con las películas de género fantástico españolas, las comedias francesas ya llevan mucho tiempo siendo un sello archiconocido, una franquicia muy rentable que se exporta a muchos países. La comedia gala tiene sus estandartes, tanto en lo que respecta a actores como a directores, aunque desde fuera da la sensación que los franceses no parecen encumbrar en demasía sus propuestas más comerciales, vistas en terreno galo por millones de espectadores: demostración de ello es que películas casi generacionales como La cena de los idiotas o Bienvenidos al norte no ganaron el César, y muchas como la reciente Pequeñas mentiras sin importancia ni tan siquiera estaban en la terna de nominados. Los académicos casi nunca siguen los gustos de la mayoría aunque a veces se conceden alguna extravagancia: ahí está Venus, salón de belleza, propuesta típicamente francesa, plenamente cursi y declinada en femenino, que sí se impuso en esos galardones. En esa película una novel Audrey Tatou trabajaba en un centro de belleza con la consagrada Nathalie Baye, y resulta gracioso que en Una dulce mentira ambas se reencuentren, también en una peluquería, ahora como madre e hija, para seguir alimentando la nómina de comedias a la française. El cambio lo marca Tatou, ya con un estatus propio, una aureola de Audrey Hepburn francesa, que ha tenido el privilegio de estar en el reparto del genial díptico que forman Una casa de locos y Las muñecas rusas, ser la protagonista de esos placeres culpables llamados Sólo te tengo a ti y Juntos, nada más, y conseguir la categoría de mito cinematográfico con la inmortal Amélie de Jean-Pièrre Jeunet (obviamos por razones evidentes su participación en Coco avant Chanel y El código Da Vinci). Así que no es de extrañar que ante Una dulce mentira uno invoque toda esa tradición de divertimentos galos, esperando que la nueva película de Pièrre Salvadori (autor de Un engaño de lujo) siga y en el mejor de los casos supere ese memorandum de vodeviles que en nuestro país tienen una audiencia muy fiel, la mayoría gente mayor que se concentra en núcleos urbanos estratégicos. Empieza el film y esperamos ser engañados con dulzura...
Si algo debe destacarse de esta Una dulce mentira es su alma totalmente demodé: que el lío que basa la trama surja de unas cartas tradicionales y no de correos electrónicos o sms, más a tono con los tiempos que corren, ya es una señal de que la película no quiere ser ni actual ni pertinente. Obviamente las cartas se insertan a la perfección en la lógica del relato, la descripción alocada de sus personajes y la sencillez de su puesta en escena, dejando cualquier tipo de pensamiento mayor o complicación narrativa en el baúl de los recuerdos. Aunque servidor estaba sediente de humor tras Potiche, Una dulce mentira resulta demasiado pequeña, cuca y hueca a partes iguales, un tanto mema y totalmente insustancial. Sirve como distracción dominguera y poco más. Y si ya hay que hacer esfuerzos para encajar una Tatou arisca y una Baye totalmente en babia (en ese pasado en el que figura Venus, salón de belleza la tónica era a la inversa), el final de este embrollo de poca altura se resuelve de la forma más irreal y más amable posible. Vaya, que es de esperar que ese sustrato de comedias picaronas que ha dado sentido a Una dulce mentira sea el mismo que destierre una película totalmente mejorable. Sirve, eso sí, y como en los viejos tiempos, para disfrutar de sus dos actrices, los dos vértices capitales del triángulo amoroso. Aunque con eso sólo queda contento el mitómano y el fanático de turno. Una mentira es una mentira, pero le perdonamos sus flaquezas: el azúcar glasé sigue estando igual de bueno.
Nota: 5'5
tengo muchas ganas de verla, pero en cartelera duró un suspiro y me quedé con las ganas... me encanta Tatou!!
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