Danny Boyle es un director que siempre me ha desconcertado. Nunca ha encajado en la etiqueta de autor europeo con un discurso propio, quizás porque siempre recurre a guiones o materiales ajenos para armar sus películas. Boyle, que en ningún momento congratuló con las formas de hacer y entender el cine en Europa, parece vivir una segunda juventud en Estados Unidos después del éxito de Slumdog Millionaire, 8 Oscars incluidos, algunos de regalo. En 127 horas nos encontramos a un director más maduro, más consciente de qué quiere contar y cómo acometer su historia, pero también ha perdido por el camino parte del encanto de ese director minoritario, ecléctico, capaz de encadenar sin demasiada lógica títulos apreciables como 28 días después, obras de culto como Trainspotting y relatos infumables como La playa. Sus eternas formas videocliperas, sus constantes combates con la lógica narrativa y estética, a juzgar por los reconocimientos que empieza a coleccionar el británico, están siendo (mal)interpretados como un súmum del cine contemporáneo. Me pregunto si Boyle no rendiría mejor limitándose a las distancias y los metrajes cortos, rodando videoclips. Y en la otra cara de la moneda están autores de videoclips (piensen en Gondry) que sí han sabido crear un mundo, un sello de interés. 127 horas se inserta inevitablemente en esa mezcolanda extraña que es la filmografía de Boyle. Y quizás porque, a título personal, Boyle trabaja más la estética que la narrativa de sus criaturas, 127 horas es uno de sus proyectos más estimulantes, en el que la sinergia de las imágenes puede a una narrativa compleja (ni rastro de los devaneos entre fantásticos y poco éticos de Slumdog Millionaire: 127 horas es, por momentos, una cinta muda de aventuras). Tampoco se le pueden pedir peras al olmo: la cámara sincopada no es sinónimo de ninguna maestría, y filmar la sed del personaje poniendo las imágenes de vasos llenos de refresco me parece, cuanto menos, un recurso facilón. Pero 127 horas conserva parte de la locura de su personaje, tiene encanto, y al final se (sobre)vive como una auténtica tortura. Franco, que nunca me convenció, logra su mejor interpretación. Y Boyle, que siempre miro y visiono con suspicacia, me ha convencido: sus 127 horas marcan, como ese Gran Cañón de vértigo, su particular zénit, un cruce vitamínico entre Buried y Hacia rutas salvajes. Más que 'buena', la definiría como 'apreciable'. Sea como sea, suficiente para tratarse de un film de Danny Boyle...
Nota: 7
A mi me encantó aunque a veces peque de exageraciones; es una película que goza de una libertad tan grandiosa en tan corto espacio, y Franco está Espectacular... Mencion aparte la musica y la fotografia: espléndidas.
ResponderEliminarYo pensé que no me iba a gustar, la empecé a ver porque bueno, supuestamente va a ser nominada al Oscar, y al final me encantó. Se ha convertido en una de mis favoritas en esta carrera por el premio y espero que no la dejen de lado por el hecho de que Boyle ya triunfara con Slumdog!
ResponderEliminarA mí con cada película que veo de este hombre me gusta más como director. Aunque me gustó más Slumdog, esta no tiene nada de desperdicio.
ResponderEliminarEn mi blog hablo también sobre la peli, por si quieres pasarte.
Saludos :)