Nunca me han gustado los documentales que defienden una causa y que no se preocupan por trabajar aspectos puramente cinematográficos como su guión y estética. Personalmente, eso es lo que distingue el reportaje de un canal televisivo temático respecto a una obra de otras características, ni mejores ni peores, que puede proyectarse en una sala de cine. Si la película no resulta un objeto atractivo, difícilmente puede llegarnos el discurso, por muy profundo o comprometido que sea. Eso es lo que le ocurría a la oscarizada Una verdad incómoda, en la que Al Gore y sus secuaces hicieron un film como hubieran podido concentrar sus energías en escribir un libro u organizar una exposición (de hecho, la película se estructuraba sobre una conferencia del propio Gore, un acto de valentía que muchos interpretamos como egocentrismo exacerbado). Porque no todo vale a la hora de hacer una película, ni toda película reúne los requisitos que impone la industria económica, que también obedece a los gustos y a la sensibilidad de la audiencia. Los documentales experimentales o artísticos los considero, en este sentido, fallidos per se: este es el género cinematográfico, por llamarlo de alguna manera, en el que el espectador debe sentir máxima empatía y conexión con las imágenes. Abstracción, más bien poca; ingenio, todo el que se quiera. En los documentales la fractura entre la realidad y la ficción es aún más evidente; en este sentido, resultan más accesibles aquellas propuestas que ficcionan la realidad para contar una verdad que luego el espectador debe juzgar. Ficcionar, que no traicionar. Ello sí ocurre con The Cove, y causa rubor pensar que tanto ésta como la citada Una verdad incómoda tienen el mismo premio en sus estanterías: el Oscar al mejor documental del año. The Cove es la historia de una lucha que perfectamente se hubiera podido montar como una trama expositiva, de clara reivindicación, con un formato rápido y televisivo. Por el contrario, los responsables de la película denuncian la matanza indiscriminada de delfines en la costa japonesa como si ese detalle fuera el detonante de una película de acción sui generis. Y a partir de aquí la película se vive como un Ocean's Eleven marítimo, con imágenes que son claramente cine de terror (ese mar teñido de rojo) y testimonios que describen el complejo e infame aparato social, político y ambiental que (nos) domina. Más complejo me parece la confección de un documental, un género que se antoja dificilísimo. Pero cuando el trabajo se combina con la inteligencia, suceden cosas como The Cove. Estarán sin comer sushi durante semanas. Y sobre todo, tendrán ganas de informarse más sobre la matanza de delfines para fines un tanto extraños. El documental, por ello, debe ser el mediador entre una realidad social y una motivación individual, el detonante que nos despierte, nos abra los ojos y nos ponga los claroscuros del planeta en todo su esplendor. Misión cumplida. En efecto, aquí la realidad supera a la ficción. Y la ficción, dominada por un mecanismo o estructura propia, también aspira a sacudir, exponer y alterar la realidad. No dejen de verla. Nota: 6'5
Hola,
ResponderEliminarLa ví ya hace tiempo en no de esos pocos cines en las que la estrenaron.
Reconozco que me impactó e incluso la parte verde de mi "hulk" soltó alguna lágrima,..., sobre todo al final. No obstante, después, rumiando un poco, creo que el formato documental denuncia requería de esa dureza y por tanto la busca,..., en exceso y con una visión excesivamente partidista? A mí me parece una matanza y una crueldad en toda regla, pero, ojo, ¿sobre muchos temas se puede montar un documental desagarrador similar, o no?
Desde la Ignorancia, Lucas Liz.