Pocas películas pueden presumir del palmarés de El dulce porvenir, una de las joyas del cine canadiense más reciente (a saber: dos nominaciones al Oscar, tres premios en Cannes y mejor película en el Festival de Valladolid). El responsable de todo es Atom Egoyan, uno de los autores más respetados que firmaba con ésta su mejor y más conocida cinta. La poética ya queda apuntada desde el propio título, una frase bellísima que se integra como reverso esperanzador de la trama. Alejada del estilo estadounidense (véase: narración rápida y lineal, personajes monolíticos y efectos sensibleros), El dulce porvenir es una película cargada de amargura, pero en ningún momento busca la lágrima fácil: crece horas después de su visionado y se expande a modo de poso y peso blanco (cosas de la nieve). Egoyan se sitúa en un tiempo extraño porque lo que narra puede entenderse como recuerdo, presente o reverso simbólico de una trama doble. La magia del guión (literario) y del montaje (poético) logra que todas las piezas casen a la perfección y la historia (narrativa) confluya en un mismo sentido: la metáfora del cuento de El flautista de Hammelin, leitmotiv de toda la cinta. El resultado acaba siendo una película pausada (otros dirán pesada) que, paradójicamente, está dotada de una gran tensión (el espectador debe estar atento y participar activamente para ligar todas las partes y personajes). Vino del frío y nos heló, tal y como lograron Aflicción y Fargo, por citar otros dos títulos emblemáticos de la década de los 90 teñidos de rojo sangre y blanco hielo. Cine de autor serio y seco.
(phone's ringing)
Mitchell Stephens: That's my daughter. Or it may be the police to tell me they've found her dead. She's a drug addict.
Billy Ansell: Why are you telling me this?
Mitchell Stephens: Why am I telling you this, Mr. Ansel? Because we've all lost our children. They're dead to us.
SOBRE LA PÉRDIDA
Mitchell Stevens es un abogado marcado por una separación tormentosa y una hija drogadicta que lo llama para pedir dinero constantemente. El protagonista se verá inmerso en una triste investigación: el caso de un autobús escolar accidentado que provocó la muerte de veintidós chavales. En un juego de imágenes y tiempos (todo transcurre entre 1995 y 1997), Stevens intentará esclarecer el por qué de la tragedia adentrándose en el corazón de una comunidad tocada que en su día fue idílica. El dulce porvenir habla, por lo tanto, de dos pérdidas: una colectiva (la muerte de unos niños inocentes y el dolor de sus familias) y una personal (el sufrimiento de un padre que no puede tener ni ayudar a su hija). Los dos dramas confluyen en un misma dirección y Agoyan se encarga de hilar las partes afectadas, la demostración de que el pueblo protagonista siempre distó de ser perfecto (relaciones extramatrimoniales y un padre que presuntamente abusaba sexualmente de su hija). Pero el pueblo cambia tras la tragedia: las rencillas, las sospechas y las aristas de una investigación incómoda harán que las distancias se amplíen y que el ambiente siga en un luto tan tétrico como denso. Igual de soñolienta, tensa y dolorosa discurre la película, el mapa de un sitio desolado y desolador lleno de humanos abatidos. Pero siempre queda la esperanza de un futuro mejor porque, como viene a decirnos su inesperado final, la vida continúa y todo el mundo desea un porvenir más dulce.
Nicole: You see her, two years later, I wonder if you realize something. I wonder if you understand that all of us - Dolores, me, the children who survived, the children who didn't - that we're all citizens of a different town now. A place with its own special rules and its own special laws. A town of people living in the sweet hereafter.
UN HAMMELIN SIMBÓLICO
Egoyan recurre constantemente a los símbolos, una tarea que le permitió estar entre los cinco nominados a los Oscar de hace trece años. El abogado protagonista, en el tramo inicial del relato, asegura que 'se ha quedado atrapado en un túnel de lavado': la metáfora perfecta para explicarnos cómo es y cómo se siente la cara principal de la historia. Acto seguido asistimos a los preparativos de una feria rural: símbolo de la inocencia, el ocio, la infancia y el recreo que pronto se truncará (la noria será en la última escena una alegoría de lo imposible para una niña que asiste al movimiento circular de la atracción desde una silla de ruedas). Lo demás es una mezcla de documental (el abogado Stevens entrevistando a víctimas y testimonios), fábula (la trama de un cuento infantil avanza de forma fatídica el destino de los personajes) y horror glacial (la escena del accidente demuestra la sutileza de Egoyan, cortante pero no explícita, dramática pero no escabrosa). Y el último símbolo recae en Nicole, excelentemente interpretada por una jovencísima Sarah Polley. Nicole evoluciona y ella sola centra uno de los interrogatorios más intensos de la gran pantalla. 'Serías una buena jugadora de poker, niña', le confiesa Stevens tras un momento que da la estocada definitiva de la trama: la adolescente da la espalda a un entorno que nunca la quiso, asume que el mundo feliz en la que triunfaba como estrella de rock nunca existió y no quiere participar en un espectáculo de sospechas infundadas. Ahora ya sabemos dónde aprendió Polley las tablas necesarias para rodar Lejos de ella.
La vi hace ya bastante tiempo y recuerdo que me encató. Ian Holm esta fantastico como lo esta Bob Hoskins en El viaje de Felicia (dos actores que siempre me han parecido similares). Otra magnífica película del mismo director. Últimamente le he perdido un poco la pista.
ResponderEliminarSin duda alguna la obra maestra de Atom Egoyan, simplemente maravillosa.
ResponderEliminarExcelente reseña.
Saludos!!!