miércoles, 3 de febrero de 2010

OSCARS 2010: CRÓNICA DE UNA INSATISFACCIÓN


Los críticos que viven en paralelo a todas las entregas de premios y presumen de no ver los Goya o los Oscar olvidan que los laureles, parte importante del séptimo arte, nos ayudan a ver cómo evoluciona una sociedad y sus ficciones. De Forrest Gump a Slumdog Millionaire median quince años, pero también una forma distinta de entender el cine, una redefinición del adjetivo ‘academicista’. A la cinta de Boyle le sucederá en breve un nuevo título y es obligado revisar qué cualidades tienen las películas de estos Oscar, en qué medida y con qué recursos estilísticos condensan la sociedad del hoy, del ahora. El estudio es revelador: todas las cintas denotan cierta insatisfacción, el vacío del hombre moderno en un mundo tecnificado y complicado. Desangelado mensaje: los Oscar del 2010 son las estatuillas de la insatisfacción.




George Clooney en Up in the air es un tipo simpático con problemas: sube de avión en avión para evitar pensar, teoriza en sus conferencias y en las cuestiones más básicas y profundas no predica con el ejemplo. Clooney se ha atrevido a (re)interpretar su imagen de dandi insalvable, el rompecorazones por excelencia que presume de amadas en cada puerto (aéreo). El destino de Up in the air nos enseña que no podemos vivir solos y que es vital interactuar con nuestros más allegados, con nuestro ambiente. Cogiendo el toro por los cuernos, el personaje visitará a su familia y vislumbrará la vida que quiere tener. El personaje de Clooney se reencuentra y se redefine, como también lo hace Anna Kendrick, una colegiala que se enfrenta a la dura realidad, o Vera Farmiga, una mujer encerrada en dos imágenes antitéticas, dos modos de vida diferentes, dos reversos de la seductora que quiere ser y la ama de casa que es. Igual de insatisfechos están quienes son despedidos de su trabajo, obligados a redefinir sus vidas y a pensar si todo lo que daban por hecho tiene verdadero sentido. Up in the air, de aliento clásico, desenmascara las aristas de nuestro sistema económico y social en un mundo donde todo está conectado. Los aeropuertos son la casa del personaje, esos recintos llenos de medidas de seguridad tan propias de la contemporaneidad. Vivimos en conjunto pero por (y en) separado, y Up in the air subraya la parte menos vistosa del sueño americano. La película de Reitman pone sobre la mesa la amargura del ser humano moderno, pero sin prescindir de la comedia dulzona final, aquello que siempre nos gusta porque el cine es el arte de lo que podría ser, no de lo que es. Hay que soñar, nos dice Reitman, pero incluso estos sueños deben regirse por parámetros realistas. De no seguir esta consigna, sólo existe un único destino: un aterraje violento hacia la infelicidad.





El S.XX nos ha (de)mostrado la parte más negra del ser humano. Ha sido un período de guerras y el cine debe contar el horror pre (La cinta blanca) y post guerras (The hurt locker). La cinta de Bigelow nos recuerda la crudeza de la guerra y la pérdida de valores de sus luchadores. Los soldados de la primera escena bromean con poner césped en mitad de la ciudad derruida, una forma clasista, primermundista, pija, detestable y altiva de interpretar un escenario que intuyen peor y menor respecto a su evocada América. La anécdota puede leerse de otra forma: una estrategia por humanizar un espacio terrorífico, un intento por hacer cercano aquello que, al despertarnos asco, nos resulta lejano. La acción se mezcla con el drama social y las bombas humanas y muertes del film recobran un significado especial, acaban simbolizando una pérdida mayor, más profunda: la de una humanidad que permite semejante espectáculo. La guerra es la rutina de los soldados y ellos alimentan a la guerra de la misma forma que la guerra alimenta sus ansias guerrilleras. Los soldados de The hurt locker juegan a matar en los videojuegos y demuestran que la violencia acapara todas las partes del mundo. El protagonista de The hurt locker no puede volver a los Estados Unidos porque se ha corrompido: sus gestas son valientes, pero también cobardes. Nuestro sistema crea seres tarados y anormales: tan loco está el protagonista como el soldado que vuelve a su casa marcado de por vida por la sangre vista y derramada. No hay cabida para la normalidad porque la guerra es anormal. Más anormal es que sea una droga, que alguien disfrute torturando o desactivando bombas. El cine de antaño ostentaba una visión patriótica del ejército, no así el buen cine de The hurt locker, que también se atreve con cámaras digitales y estilo documental. La insatisfacción lleva a guerras y las guerras crean insatisfacción: entonces, ¿para qué pelearse?


Al otro lado se sitúa Avatar, una película que despliega la magnitud del ejército norteamericano. Avatar es una cinta muy yanqui y, paradójicamente, una historia donde los malos son los propios estadounidenses, esa especie que ha encontrado, investigado y al final conquistado las tierras de Pandora. El ser humano es inteligente, y en su inteligencia, acaba siendo estúpido: los navys nos recuerdan que hemos perdido la esencia de nuestro entorno y las relaciones humanas. Pero todo entra en contradicción cuando el malo del conjunto tiene los brazos hinchados, las formas de un antagonista de cómic: hay una crítica muy leve al ejército porque el ejército no puede sentirse identificado con tal invento. Igual de insustancial es su mensaje ecologista: se premia los Estados Unidos pomposos, grandilocuentes, esos que han financiado y rodado una película tan obesa y borracha de sus propias consignas. Avatar es una película prepotente, algo que la entronca con el cine de siempre, el más detestable. Y pese a todo, su héroe inicia la película sabiendo que su hermano ha muerto y que no podrá volver a mover las piernas. No nos extraña que la vida en Pandora sea tan idílica. Incluso el romance con este planeta nace del egoísmo: el protagonista recupera sus extremidades, siente la adrenalina de correr, recuerda el significado de la vida. Por ello, el personaje defenderá aquello que debería atacar: unos seres más puros, regidos por un cosmos lógico, con sus reglas y pactos de convivencia. La relación de los Navy con la naturaleza nos recuerda que el ser humano actual es un urbanita en busca de su esencia, aquella que recupera Worthington tras dos horas y cuarenta minutos de acción. Un ejemplo de insatisfacción existencial, en el fondo nada nuevo que no retenga la Pocahontas de Disney.




Un mundo mejor también es el objetivo de los bastardos de Tarantino. Por parte del director, la película supone la cristalización del sueño eterno: ser el asesino del mismísimo Hitler. Esa es la ‘obra maestra’ que pregona Tarantino en su última escena. Malditos Bastardos es una película cinéfila y critica al cine bélico que no ahorra en halagos hacia los soldados. La insatisfacción, revestida de celuloide y venganza, dictará el destino de Soshana y el incendio final, el juego dentro del juego dentro del juego. Un mundo de referencias, de locuras y pasados insatisfechos. Cambiar el pasado es otra de las intenciones del abuelo de Up, o cómo hacer realidad aquél sueño tan deseado y tomado por imposible. Para los más pequeños, Up es un viaje hacia mundos exóticos y una demostración de que todo es posible; para los más adultos, una agridulce forma de recordarnos que hay que avivar el amor en pareja cada día, que debemos evitar que nos absorba la rutina y que la juventud no tiene edad. Up invita a soñar, a olvidar esa insatisfacción tan asfixiante.




Retales de una actualidad triste. Tampoco es feliz la joven protagonista de Precious o La teta asustada ni el director de Nine. Menos aún el cantante de Crazy Heart, que malvive de bar en bar sin reconocimiento alguno (también zarandeaban el Rourke de El luchador y el Phoenix de En la cuerda floja). Amy Adams en Julie & Julia da sentido a su vida tras los fogones y tras las pistas de una cocinera de prestigio: necesitamos modelos a quien imitar, caras con las que forrar nuestras habitaciones. Uno de esos héroes podría ser Nelson Mandela, paradigma que recupera Invictus de forma certera. Cuando vean esas alfombras rojas con sus vestidos bonitos recuerden que todo surge de la necesidad por retratar un mundo menos agradable, más real. Los premios no tienen valor en sí mismos, sino en aquello que pueden llegar a representar. Es aquí cuando la carrera al Oscar es más emocionante y llena de sentido: ¿triunfará la crítica de Bigelow o los excesos de Cameron? ¿la moderna anacronía de Up in the air o el collage indescriptible de Tarantino? No sólo juegan por el oro nombres, sino formas de entender el mundo, crónicas distintas que reflejan la insatisfacción del ciudadano actual. Que gane el mejor.

8 comentarios:

  1. no siempre ganan las mejores..
    es un negocio, las productoras tienen mucha influencia en los galardones..
    el año pasado ganó una peli destinada al alquiler..
    hace tiempo que no se lo lleva una en condiciones..
    un saludo

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  2. Para empezar quiero decirte lo siguiente: Enhorabuena por el artículo, me ha parecido excelente.

    En segundo lugar me gustaría añadir que estoy totalmente de acuerdo en la importancia de estos premios para comprender como el cine evoluciona y cuales son los recursos cinematográficos que se premian frente a otros que quién sabe si dentro de unos años tendrán más importancia que los actuales.

    Un saludo!

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  3. A mí, compa Xavier, los Oscar, en cuanto a querencias personales, me traen bastante al fresco, pero, en línea con lo que tú bien apuntas, no desdeño ni menosprecio, en absoluto, su valor y trascendencia, que son enormes.

    Trazas, en tu muy bien trovada reseña, un recorrido perfectamente trenzado y coherente sobre una panoplia amplia de las pelis nominadas en diversos capítulos, pero a mí me cuesta trabajo sacar conclusiones sobre tendencias globales cuando me planteo que estas nominaciones se basan en la mera acumulación de votaciones individuales. Claro está que una tendencia global, normalmente, viene marcada por la confluencia de tendencias individuales, pero muchas veces esa convergencia es meramente casual, y no obedece a causas profundas que puedan ser sistematizadas: la diversidad de las pelis parece incidir en esa circunstancia. Pero se trata de una percepción muy mía, no sé si más o menos compartible.

    Un abrazo y buen día.

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  4. es la mejor critica que he leido desde que comenzaron los oscars , te agradezco que me hayas ayudado a entender up in the air.
    Esta tarde me toca ver
    Hurt Locker,Con tu critica probablemente me ayude a entenderla mejor, por que para mi humilde tristeza ese tipo de peliculas no suelo entenderlas a la primera.

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  5. Que analisis que te has mandado!.
    Me diverti mucho leyendo estas lineas.
    Y meditando un poco, todo lo que dices tiene bastante logica, estamos ante un nuevo tipo de cine, que no lo creo Avatar, sino hace ya bastantes años.

    Saludos!

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  6. Es interesante tu analisis, si en cuanto a realizadores y peliculas hablamos, obviamente aunque los temas sean los mismos desde antaño, la forma de decirlo, como se cuenta y a cuales de eso temas se les pone más incapié y a cuales no, marcan algo sobre la sociedad en general. Pero no sé si eso esta reflejado en los Oscar. Y si lo refleja no creo que sea a porposito. Los premios de la Academia tienen mucho más de industria (que el cine tambien lo es, no lo niego) que de arte.

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  7. Acertado análisis...E interesante conección entre los nominados.

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  8. Llego un poco tarde, pero me encantó. Gracias por intentar de darle sentido (y terminar haciéndolo) a estos premios que vemos ya casi por obligación.

    Saludos Sospechosos!

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