Aleksander Sokurov es uno de los directores rusos más respetados de la actualidad. Con su estilo personal, pausado y onírico, Sokurov ha conseguido imponerse como figura de vital valor en festivales y filmotecas, aunque el público que asiste en masa a las salas poco o nada conoce del genio ruso. Por cercano y, paradójicamente, por desconocido, Aleksandra es una película atemporal, exótica, sumamente relajada aunque en el corazón de sus imágenes, en el interior de sus tinieblas, repose la crudeza de una guerra que solo intuímos. Sokurov construye su historia a modo de viaje y no engaña a nadie: el film se desarrolla dentro de su ética y sus posibilidades, tejiendo un elegíaco discurso antibelicista. Sokurov, embelesado ante tanta poética, olvida contarnos una historia, o tal vez prefiere contar una no historia, una fábula de formas irreales pero de gran trascendencia. Tras el experimento, Aleksandra no es un film bélico, tampoco un drama panfletario y mucho menos un thriller: la tensión, en todo caso, se desarrolla tras el campamento protagonista, un espacio y conflicto que no vemos porque ya lo hemos visto miles de veces en la gran pantalla. Puede hastiar, pero el invento es digno de elogio.
La película rompe de entrada numerosos esquemas al elegir a Aleksandra, una anciana de setenta años, como la protagonista de la historia. Al incluir un personaje atípico (casi anticinematográfico) en un ambiente ajeno (su cuerpo se muestra torpón ante la escarpada geografía del film), y fruto de la sabiduría de la mayor (siempre posible gracias a la espontania interpretación de su madura actriz), la mirada del film queda alterada y el público vislumbra una historia que no esperaba, lejos de bombas y metralladoras, sobre abuelos y nietos, sobre el amor en tiempos oscuros. Aleksandra, película y personaje, critica la guerra, borra el componente estético y glamouroso de la contienda (el marrón perpetuo de la cinta es equiparable a las estrategias narrativas veristas de Gomorra) e inserta una historia de amistad entre mujeres muy simbólica. Tantas buenas intenciones hacen que la película peque de ingenua y que, a su manera, fuerce la anécdota de su argumento a favor de la redundancia. Pero Aleksandra, como el mejor cine europeo, atesora el poder de aquello que solo se vé una vez en la vida; solo por eso vale mucho la pena.
Pues esta no la vi aún, pero Sokurov es un cineasta que siempre sorprende, a pesar de que tiene cosillas algo flojas también. Madre e Hijo, Padre e Hijo y El Arca Rusa son mis preferidas: me parecen obras maestras.
ResponderEliminarA mi "Aleksandra" me ha llegado a gustar mucho (durante un primer visionado)... pero la emoción que sentí luego se ha ido desinflando como el pedo de un globo al desatarse... Es un film efectista -más que efectivo- que disfraza sus escazas ideas bajo la fórmula de "film sencillo"...
ResponderEliminarMuy buena crítica (al fin coincidimos! jejeje)
saludos!