"No me esperaba esta mierda". Son las palabras de un hombre que, al salir del cine, intentaba justificar a su familia por qué había elegido Antichrist para pasar la tarde del jueves. La madre y la hija, escandalizadas, salían de la sala con un "mare de déu" en la boca. El susodicho no tuvo reparo en eruptar, chillar, estornudar, dejar sonar su móbil, roncar y abuchear a la película durante su hora y cuarenta y cinco minutos. Es evidente que, con tal ejemplo, Antichrist es una película especial que requiere de una crítica no menos especial. Quede claro de antemano que Antichrist es la película del año, por brutal, onírica, angustiante, filosófica, inigualable e irrepetible. Arrancamos.
VON TRIER es "EL NIÑO"
Antichrist arranca con un prólogo lánguido en blanco y negro. Los protagonistas del film follan de forma exagerada y la cámara de Trier ralentiza el conjunto. Un niño, el malogrado hijo de los protagonistas, salta por la ventana, estalla contra la nieve y muere al acto. Estos primeros minutos, obsesivamente planificados y exquisitamente diseñados, demuestran que Von Trier es un esteta, incluso cuando opta por la cámara en mano y una estética falsamente espontánea. Trier controla a su criatura desde un inicio y el espectador no tiene más opción que claudicar. Los fotogramas, bellos y trágicos, nos dibujan unos padres cuyos espíritus han sido poseidos por el placer carnal. El sexo, íntimo y duro, aliena a los cuidadores y marca la que al final será una relación entre torturado y torturador. El amor implica posesión, no es cosa inocente, tampoco algo agradable: las caras de Gainsbourg y Dafoe, más que éxtasis sexual, vaticinan el dolor futuro, las lágrimas por derramar, la rutina de una terapia extrema. La alegría entraña elegía y Von Trier retorna con su pesimismo existencial. El mundo de los adultos, pura bacanal, choca con la inocencia del niño que, desatendido, sale del relato para convertirse en el verdadero protagonista del mismo. Von Trier es el niño suicida, mientras que los amantes son una clara alegoría a los padres del cineasta, los mismos que Trier calificó de nefastos educadores y excesivamente liberales. Von Trier no perdona que sus primogénitos hayan hecho de él alguien tan inseguro e inestable (e, indirectamente, el director de cine que es), y aquí el hijo se rebela lanzándose al vacío y torturando a sus creadores a base de dolor y sentimiento de culpabilidad. El Von Trier provocador resurge de sus cenizas, aunque sin rodeos: las referencias biográficas son tan obvias que puede llegar a afirmarse que Antichrist es la película más desnuda, directa y sincera del cineasta (también la más difícil: está reservada únicamente para los devotos del artista), aunque a priori parezca la más exagerada, violenta y gratuita. No hay duda: todo tiene un sentido, y si el espectador no lo capta es porque, obviamente, no está en la mente del cineasta. El director crea en voz alta, para sí mismo y para nadie más. En relación a esto, podría decirse que Antichrist es a Lars Von Trier lo que Takeshi's fue para Takeshi Kitano: una arriesgada biografía personal y una síntesis y consciencia de su mundo ficticio. El danés se deprime y recurre al pasado, hurga en la herida. Asumida la depresión, Von Trier la expone sin tapujos.
VON TRIER es "ELLA"
El mal reside en cada ser humano, es patrimonio de todos y nadie lo puede dominar o erradicar. La mujer es el ser capaz de traer al mundo una vida, la encargada de perpetuar la especie y la maldad que la caracteriza. La maldad, por ello, va asociada a la mujer, porque de ella surge, brota, nace. Como dice el personaje de Dafoe, cuando una mujer llora, lo que realmente hace es pensar una confabulación contra algo u alguien. El comentario no es gratuito: al final, la mujer de Antichrist se rebela contra una terapia autodestructiva. Otro personaje que se rebela, otro elemento más en la lista de pequeñas grandes provocaciones. Von Trier es ella, porque la mujer representa la depresión que pasó Von Trier en la vida real, porque Von Trier ama a las mujeres (como objetos estéticos, como creadoras de vida, como figuras maternales) y a la vez las odia (como creadoras del mal, como madres irresponsables, como la causante de su gris existencia). Von Trier sabe que él nace de una mujer y que es una estupidez detestar lo femenino: Trier no es misógino, no propone una guerra de sexos; simplemente expone los avatares de un sexo lleno de estigmas desde hace siglos, recoge la figura mitológica de la mujer que sufre (eso lo acerca a la Juana de Arco de Dreyer) y que es capaz de infringir dolor. En esta dualidad, la mujer en el cine de Von Trier es un ser complejo y humano, tratado con respeto, inteligente, real, cercano. Gainsbourg llora la muerte de su hijo y Von Trier se identifica con ella. La musa y el artista, la madre y el hijo, la depresión de una madre ficticia y la depresión de un hijo real. El juego prosigue. ¿Existe mayor acto altruista y de amor hacia las mujeres que regalar a tus actrices los personajes y las interpretaciones de su vida?
VON TRIER es "ÉL"
Queda claro que Von Trier es Selma, Bess, Karen, Grace y todas las féminas de su cine. Debe recordarse además que Trier, malo por genética, también es la América de Bailar en la oscuridad, la isla de Rompiendo las olas o los habitantes contradictorios de Dogville y Manderlay. El hombre en el cine de Lars Von Trier es alguien oscuro, primario, de impostada intelectualidad que, por falso, deviene ingenuo, fracasa en sus endebles métodos y sus repudiables metas. El protagonista de Willem Dafoe es un creído que no ha acabado su carrera de medicina; nadie, en definitiva, para presumir de dotes médicas y terapéuticas. El personaje de Dafoe tiene el mismo morro que Von Trier, es el ente que propone un juego, que lleva al límite a la mujer, que la provoca hasta sacar su mejor y peor cara, aunque no esté cualificado a nivel profesional (Von Trier tampoco fue un alumno brillante). Dafoe manipula a su esposa y no arranca ninguna lágrima: puro témpano, infranqueable frialdad. El personaje de Dafoe, a su manera, crea una película: los sueños y obsesiones de su mujer, aquí mostrados de una forma gris, terrorífica a la par que atractiva. Cuando Gainsbourg se rebela y tortura a Dafoe (hay una cita irónica, velada: Dafoe vuelve a ser el Cristo crucificado, salvador y salvado de La última tentación de Cristo), el director nos desvela sus verdaderos miedos: "¿qué pasaría si mis personajes femeninos, símbolo del sufrimiento, se rebelasen contra mí?", piensa el danés. Por ello, el final de Antichrist es más feliz de lo que parece. El hombre, el cineasta, sale malherido de su terapia, magullado de su película más explícita, desnuda, radical e incomprendida. Von Trier afronta sus miedos y los supera: miles de mujeres sin rostro rodean a Dafoe en una escena que recuerda las formas de El jardín de las delicias de El Bosco. El hombre se ha salvado. Von Trier ha dejado atrás su apatía. La película, obviamente, acaba. La carrera del cineasta, irremediablemente, continuará.
VON TRIER es "EDÉN"
Lars Von Trier, a la hora de crear sus escenarios, se sirve de referencias reales para situarse en el terreno de lo inexistente. A su manera, todos los films del danés transcurren en el mismo escenario: son películas sin espacio ni tiempo. Este hecho vivió una mutación con Dogville y Manderlay: el espacio como algo que no existe, que se esfuma para ser, aunque nos dé miedo, aplicable a todas las partes del planeta. Rellenar lo que está oculto, partir de algo local y convertirlo en general. Con Antichrist, Von Trier se supera. Edén, ese bosque que se convierte en el cuarto personaje de la obra, es la versión desnuda de todos los escenarios de Von Trier, su esencia, su corazón. Edén es Von Trier porque refleja sus miedos y los lleva a un terreno psicológico, psicótico, onírico, no palpable. El bosque de Edén, las taras de Von Trier, había permanecido escondido en otros films y ahora se transparenta, se dilucida en toda su crueldad y crudeza. Además, el bosque se nutre de figuras mitológicas y clichés relacionados con el terror (Von Trier coquetea con los géneros y los altera; gracias a esto, Antichrist es una cinta de terror extraño, más unido a la angustia que a los mecanismos del susto). Solo con Edén, Von Trier puede incluir una película irracional (el viaje de los protagonistas a Edén, un espacio metafórico) dentro de otra racional (la muerte del hijo y el posterior luto). El viaje, más psíquico que físico, no está exempto de referencias religiosas y místicas, metáforas y diálogos que, una vez se sabe la resolución del conjunto, adquieren un valor especial. En un momento, un zorro habla. La escenografía se rebela contra su diseñador.
VON TRIER es "ANTICHRIST"
Antichrist no es tan trágica como parece. Von Trier no inventa nada: ya habíamos visto sexo y violencia explícita en otros títulos. La película es más divertida de lo que parece: es un baile de máscaras, una hipérbole vehemente que le encanta jugar con todo y con todos. Von Trier, antes que cineasta, es un publicista: promociona sus films como nadie, y sus detractores caen en el error de subrayar sus defectos. Von Trier es un egocéntrico de cuidado y quiere que hablen de él, aunque sea para mal. Con esta actitud, las mutilaciones del último tramo tienen un tono malsano, de maltrato festivo, tan sádico como gracioso. Lo feo tiene, al menos en el arte, un componente rompedor, un resquicio de belleza. En esta guerra de golpes, el pene y el clítorix (órganos reproductores, donde nace la vida y el mal que surge de ella) tienen un valor muy importante, también reciclado como chiste verde, cuento para mentes perturbadas. No hay nada más gracioso que saberse Diós y Diablo, el jefe de todo lo visto, el idiota más grande del reino. Las tragedias de Lars Von Trier son también sus comedias. Pura incoherencia: la vida que surge del mal, el no misógino que fabula a partir del maltrato a la mujer, el artista que expone sus miedos en boca y cuerpo de otros (la tarea de Gainsbourg y Dafoe es comparable a la de Jack Nicholson en El resplandor)... Un cine desquiciado para espectadores no menos cuerdos.
VON TRIER es VON TRIER
Con todo lo expuesto, solo queda decir lo que parece una obviedad: Von Trier es Von Trier, único e inimitable, un timador con estilo, un ladrón con gracia, un ilusionista que nos deja ver sus trucos sin que su magia merme en interés. Se considera el mejor realizador del mundo y posiblemente lo sea; he aquí la verdadera comedia, el verdadero terror. Quienes no estén para analizar símbolos, deverán admitir que Antichrist reune una ingente cantidad de fotogramas que ningún cinéfilo, para bien o para mal, olvidará jamás. Solo queda arrodillarse ante el rey: Von Trier, grandilocuente, despreciable y genuino, lo ha vuelto a conseguir. Nos da rabia, pero es un genio.
Nota: 10 / 10