Mad Men ha ganado dos años consecutivos el Globo de oro a la mejor serie dramática, todo un mérito que no han conseguido otras series importantes. Mad Men iguala el resultado de Expediente X o Sexo en Nueva York, y con este, se ha convertido en la serie norteamericana del momento, al menos para la crítica especializada. Mad Men no es una serie al uso: sus imágenes retro, su tempo y sus personajes difieren mucho de sus compañeros televisivos y se acercan al culebrón de pretigio, a la serie que, aunque con una historia, da más importancia al retrato de una época, su estética y costumbres. Visionar Mad Men, después de haber visto cintas como Revolutionary Road o Lejos del cielo, supone revisar una parte importante de la historia de Norteamérica, y el interés, tanto para los veteranos como para los novatos, es total. Y mientras, el Manhattan de ensueño, aquí condensado en una oficina tan grande como caótica, vuelve a ser el eterno escenario de secretos, miserias, amantes, publicidad, política, cigarros y alcohol. La mezcla estimula y es adictiva.
Cada escena de Mad Men tiene su tono y encanto: aunque parece que no ocurra nada, la serie es una capa de sutilezas que, en los primeros episodios, pueden hastiar al espectador más impaciente. La espera vale la pena y el final de la temporada es súmamente redondo. Ya existe una segunda temporada emitida en Estados Unidos (Cuatro, ¡ponte las pilas!), aunque su edición en dvd se demorará hasta el infinito. La propuesta ha renovado para una tercera temporada y su club de fans va en aumento: pasado, presente y futuro perfecto para una serie que, en tiempos de sequía (las mejores series se estrenaron hace cinco años: Mujeres desesperadas y Perdidos), está destinada a ser un clásico, más allá de su colección de Tonys y Globos de oro. Tras A dos metros bajo tierra y Los Soprano, el buen gusto vuelve a materializarse en Mad Men. Todo un placer.
No es hasta el capítulo trece cuando uno se da cuenta del cariño que ha ido labrando por los personajes de la serie, flora y fauna de creativos y oficinistas marcados por la ambición, el machismo y el whisky de marca. Donald Draper, interpretado con sobriedad por el atractivo John Hamm, se eleva como uno de los personajes televisivos más interesantes de la década, un héroe que no lo es, un padre de familia que no lo es, una figura que se alimenta de utopías y mentiras, sueños americanos y éxitos profesionales. Fígense en un detalle: en el capítulo doce de la primera entrega, Draper, consciente de que Pete Campbell sabe su secreto mejor guardado, se cita con su amante Rachel Menken y la anima a escapar a París. ¿No ocurría algo similar en Revolutionary Road?, ¿ no eran las apariencias la máxima prioridad de la ama de casa de Lejos del cielo, y ahora de la adorable Betty Draper? Las relaciones son totales, porque Mad Men es un producto de factura y narrativa cinematográfica, un peldaño más arriba de lo que estamos acostumbrados. Nadie con criterio debería perderse este retazo de historia e historiografía. Imprescindible.
a mi tambien me encantaron los capítulos finales de la primera temporada, como dices no es una serie para impacientes porque no avanza casi nada en la trama (si es que la tiene), es un drama contemplativo pero con unas lecturas impresionantes, muy recomendable pero una advertencia, no es para todo el mundo pero si vale la pena probarla
ResponderEliminarNO LA HE VISTO XAVIER. ME GUSTARIA TENER MAS TIEMPO Y DEDICACION PARA SEGUIR LAS SERIES, YA QUE LUEGO DE LOST PUEDO SEGUIR TUS RECOMENDACIONES PLACIDAMENTE. POR CIERTO ME ESTOY BAJANDO "LA INFLUENCIA" MAÑANA LA VERE Y TE COMENTE, VEO QUE EN ESPAÑA SE ESTRENA "TRES MONOS" QUIERO SABER TU OPINION SOBRE ELLA, Y VER SI ESTAS DE ACUERDO EN QUE HAYA GANADO LA MENCION ESPECIAL DE LOS PREMIOS DE MI BLOG (CEHO AWARDS). SALUDOS
ResponderEliminarFantástico análisis para una serie que mejora cada capítulo. Uno de los milagros de estos últimos años.
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