Hace tiempo vi un documental bastante curioso que reflejaba cómo se veían y distribuían películas en lugares del mundo tan diferentes como Norteamérica, India y Corea del Norte. Los coreanos, víctimas aún de una dictadura represora (la parte Sud se salva), solo pueden acceder a películas creadas y financiadas por el gobierno, obras donde se subrayan los roles sociales y que adoctrinan a su audiencia con mensajes políticos. Aunque el caso de Corea del Norte es más radical (y totalmente repudiable), tal anécdota sirve para demostrar que el cine puede utilizarse para adoctrinar. Si el cine tiene el poder de instruir, este debe tratarse con sumo cuidado porque las imágenes pueden ser vehículo de mensajes vacuos, por no decir armas de discriminación y violencia (aún se recuerdan los vídeos que proyectaban los cines alemanes durante la II Guerra Mundial para justificar el genocidio judío). Este largo rodeo no es gratuito: si la moraleja de una película funciona y es útil, la cinta, independientemente de sus cualidades fílmicas, es irreprochable. Ello ocurre con Mentiras y Gordas, un film que utiliza la ficción para alterar la conducta de su potencial audiencia. Digan lo que digan, Mentiras y gordas cumplirá su objetivo si los adolescentes que la vean piensan un poco (subrayo "un poco": esto no es cine de clase alta). El cine nació siendo un arte popular, un medio accesible a todos los públicos; Mentiras y gordas, desde el momento en el que elige un gran reparto televisivo (grande más por cantidad que por calidad: solo se salvan Hugo Silva y Ana Polvorosa), reivindica esta concepción.
Mentiras y gordas demuestra que un final diferente puede alterar todo lo visto. No estamos, pese a todo, ante una trama con un sorprendente giro final: la estrategia sirve para disimular los defectos de la historia (diálogos insulsos, una ambientación muy pobre, momentos trillados y exagerados), pero no la endiosa ni la convierte en ese film generacional que muchos han proclamado. Salvo las últimas escenas, la película es un desfile de jóvenes desnudos, cuerpos musculados y escenas sexuales. No es una película pornográfica, pero poco le falta: el tratamiento idealizado y endulzado de la homosexualidad (ojalá los jóvenes de hoy en día aceptasen tan bien a sus compañeros/as gays y lesbianas como ocurre en el film) la puede convertir en la Fucking Amal española. Su sabor gay (algo que se intuye desde los títulos de crédito: gran canción de Fangoria y notable selección musical) hará que Mentiras y gordas se comercialice muy bien en América y Europa. Se cumple lo apuntado anteriormente: la película no quiere ser buena, sino ser vista por cuantos más espectadores mejor. La taquilla ha respondido. La película ha salido victoriosa.
Da miedo pensar que las jóvenes promesas de Mentiras y gordas pueden ser, en un futuro, nuestros grandes actores. El nivel interpretativo del film es penoso, como penosas son las series de donde provienen todas las caras bonitas de las fotos: Aída, El internado, Física o química, Los hombres de Paco, etc. Pese a esto, debe subrayarse la valentía de los actores por acceder a interpretar una historia tan coral (aquí no valen los egos de cada uno) y difícil. Se cumple el patrón de sexo, drogas... y música electrónica, aunque contado de una forma fácil, irreal en parte, siempre discutible. Ya se sabe: la crítica cinematográfica es la única que no puede ni debe mentir. Aviso a los padres: estas mentiras no son gordas, sino gordísimas.
joer Xavi..como podemos coincidir tanto...yo le puse un 6 y coincido ke el reparto tne actores wapos pero inexpertos..y la única ke sale airosa es Ana María Polvorosa...la vd ke coincidimos muxísimo en gsutos...y espero ke estes disfrutando estos días eurovisivos..jejeje..un abrazo saludos
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