La modernidad ha traido consigo unos avances científicos y tecnológicos que deberían hacernos más felices, facilitar nuestra existencia y ensanchar nuestras libertades. Lejos de ello, el humano pretérito y venidero siempre fue y será esclavo de su condición como especie, como miembro de una comunidad, como peldaño único de esa institución tan diabólica llamada familia. Nacer implica aceptar ataduras, asumir responsabilidades, tener una confección genética que nos condiciona, al igual que nos condiciona nuestro entorno o gente cercana. Un cuento de navidad expone todos estos temas (amargos, eternos, universales) desde un enfoque muy diferente, provocando, problematizando e ironizando sobre el ser humano y sus fantasmas. Amargura sin efectismos y con un humor negro, negrísimo.
El cine europeo en general y el francés en particular han fabulado sobre la familia, sus características, posibilidades y claroscuros. La Nouvelle Vague supuso una ruptura en toda regla con los modelos sociales establecidos, una visión crítica del mundo que daba la bienvenida al capitalismo. La huida final del niño protagonista de Los 400 golpes encierra un resentimiento hacia el hermetismo de la escuela y la familia, entendiendo tales organismos como cuestiones falsas, fruto de una convención o pacto que la sociedad acata porque, al fin y al cabo, el colectivo precisa de esquemas, etiquetas y prejuicios. La historia de Jules et Jim no era tan inocente como parecía: el ménage a trois (luego recuperado por Bertolucci en Soñadores) escondía un canto a favor de la independencia, la demostración de que otro tipo de familia era posible. El concepto de familia se ha ido alambicando y fraccionando, el término ha evolucionado y las posibilidades cinematográficas que este ofrece también. Las familias burguesas de Claude Chabrol, los personajes inestables de Michael Haneke, la reunión familiar (y posterior confesión) de Celebración o las taras de los seres de La boda de Rachel han seguido reflexionando, desde perspectivas y estilos distintos, sobre una cuestión imperecedera, polémica, de sumo poder para ser el eje de nuevas ficciones. El film que nos ocupa es una de ellas (y de las mejores).
Un cuento de navidad (título irónico para la que es una tragedia shakespeariana, una destrucción de los trucos fáciles y sentimentaloides del cine navideño) presenta personajes con carencias (emocionales, mentales, genéticas, económicas) y sentimientos truculentos (tristeza existencialista, rencor, odio descarnado, tendencia al suicidio), todos ellos piezas de ajedrez que juegan a defenderse y a matarse, bestias desgraciadas que no comulgan con el mundo de las apariencias. La protagonista está enferma, pero, lejos de ser la víctima del relato, es una egocéntrica matriarca que no guarda ningún afecto por sus descarriados retoños: la familia es algo impuesto y postizo, la locura se hereda y el instinto maternal acaba siendo un término tan abstracto como falso. Cine de personajes y diálogos, Un cuento de Navidad es una hipérbole cargada de verdades y símbolos, elementos sazonados con una ironía cortante, brutal, nunca vista hasta la fecha. Cada uno debe descubrir por sí solo las complejidades de una obra maestra que disecciona de forma brutal y sin anestesia la feria de las vanidades que encierra cualquier reunión familiar. Una historia de locos sobre locos, tan compleja como satisfactoria.
Desplechin opta aquí por un estilo singular, tan variado e inestable como la fauna que retrata el film. El humor del artista queda reflejado en la fragmentación de la historia en capítulos, en el cuento inicial de sombras chinescas (la semilla del caos, el principio del desastre) y en pequeños saltos temporales que incluyen una inicial e individual presentación de cada uno de los personajes. Desplechin crea en tercera y en primera persona (los personajes hablan a cámara a modo de documental), construye una poliédrica voz narradora (tan literaria, memorable, socarrona y malvada como la de Barry Lyndon o Dogville), erige concienzudo una historia que no merma en fuerza e interés: de aquí que Un cuento de navidad, armónica unión de cantidad y calidad, pueda llegar a saturar en su primer visionado. El cineasta, ayudado por las excelentes aportaciones de sus actores, consigue una trama añeja y a la vez moderna, un cuento maldito situado entre la tradición y la ruptura, entre el clasicismo y la desautomatización.
Hay mucho por diseccionar en Un cuento de Navidad, pero la crítica debe contener su entusiasmo: disfruten de la película antes de que la premsa desvele sus bondades. Penn y sus compañeros de jurado premiaron en el pasado Festival de Cannes a La clase (Entre les murs), discutible retrato del mundo educativo (ligado, curiosamente, a los corsés realistas de la Nouvelle Vague). La gran ganadora es, pese a todo, este dardo venenoso que habla más y mejor que la propuesta de Laurent Cantet (fíjense: Un cuento de navidad funciona como retrato de una verdad al límite pero plausible y como un producto estético, ficticio, cinematográfico; una simbiosis entre realidad y ficción, entre contenido y forma que no consigue La clase). La familia unida jamás será vencida... y las que no lo están, también.
Esta misma tarde igual acudia al cine por que no hace buen tiempo. LA pelicula que tenia en mente ver era esta misma jeje. No me la perdere. Ya os contare
ResponderEliminarHoy mismo la vere, creo quedare encantado con el argumento.... Por cierto, es una lastima que no te guste UNA HISTORIA VERDADERA :-(.---- Bueno, tengo una sorpresa para ti y los fans de Von Trier en mi blog. YA TENEMOS TRAILER. saludos
ResponderEliminarLe tengo muchas ganas. Llega a la Argentina en mayo. Saludos
ResponderEliminarwww.salacine.blogspot.com