Cuando uno ha oído hablar mucho de una película, uno tiene la sensación de haberla visto, aunque la información de antemano, por muy pormenorizada que sea, nunca puede semejarse a la experiencia de visionar un film amparado por la oscuridad de la sala. Algo parecido me ha sucedido con Hace mucho tiempo que te quiero (el cinéfilo, políglota y docto, puede optar por los también poéticos Il y a longtemps que je t'aime o I've love you so long), un film sosegado que ha conquistado el público de medio mundo. La columna vertebral de la historia retorna nuevamente al conflicto entre hermanas (y por ende, familiares), el silencio como escudo tras un episodio doloroso (el misterio que rodea el personaje de Scott Thomas es comparable al de Le fils, cinta capital de los hermanos Dardenne) y todo lo que acontece tras este silencio, pequeños resquicios de algo llamado vida. Ver el film es asistir a la evolución física y sobretodo psicológica de una persona esquiva que, si al principio entra en el núcleo familiar casi a regañadientes, al final logra independizarse, tener una casa y trabajo propio, querer a la familia que antes había odiado. Hace mucho tiempo que te quiero es la historia de una superación personal narrada con atino, dejando de lado los convencionalismos del género y alejándose concienzudamente de la estructura de telefilm barato.
Pese a las virtudes del relato de Philippe Claudel, la película muestra su mayor handicap al final de la historia. No desvelaré (cosa obvia) la resolución de la trama, pero el espectador crítico debería replantearse toda la película tras unos últimos cinco minutos tramposos, falsamente catárticos, una respuesta demasiado fácil y victimista a todo el drama propuesto. Claudel deja vencerse por las ganas de desvelar el misterio de una forma dramática y directa, consciente de abandonar la sutileza característica de la historia. Hay en Hace mucho tiempo que te quiero una descompensación extraña entre lo que cuenta y lo que nos deja intuir. Conociendo el porqué de todo, ¿se entiende el mutismo de Juliette? Dejando de lado el final (reitero, efectivo pero muy discutible), si por algo se recordará el film es por la interpretación de Kristin Scott Thomas, una actriz eficaz que firma aquí uno de sus más vistosos trabajos. Pese a esto, dudo de su nominación al Oscar porque Thomas trabaja desde la contención y la Academia valora más la hipérbole y la tragedia griega (de aquí el premio a Marion Cotillard). El tiempo determinará hasta qué punto estamos ante una obra magnífica o ante una trama manierista y sensiblona. El espectador, sumo juez, decidirá por su cuenta.
Pues cada vez me va llamando menos la atencion este film... creo que el único motivo que ahora tengo para visionarla es Kristin Scott Thomas.
ResponderEliminarsaludos!