Soy consciente de que el artículo puede trascender lo meramente literario / televisivo. Desde esta cautela y sumo decoro me acerco a un Pittsburgh de nieve y cuartos oscuros. Queer as Folk es una serie radical: sus diálogos transmiten crudeza y almíbar a partes iguales, sus tramas resultan novedosas por el tema tratado y la forma utilizada, los personajes bailan entre el cliché realista (cosa que en sí misma ya es una contradicción) y la necesidad de retratar una parte de la sociedad que, hasta la fecha, solo había estado presente en series y películas mediante escuetos (por no decir estúpidos) personajes secundarios. Si Queer as Folk se permite el lujo de ser radical, el espectador puede y debe criticarla sin concesiones. La serie debería abrir en cada visionado una charla sobre hasta qué punto el cine refleja la realidad o la altera. QAF nos muestra una realidad, pero dicha realidad no tiene por qué ser verista al cien por cien (otra contradicción). La avenida Liberty sirve más como concepto que como lugar físico; los personajes son una abstracción del día a día, una paleta amplia y compleja sobre cómo asumir / aceptar / esconder la homosexualidad en un tiempo caótico donde se suele caer fácilmente en lo absurdo y esperpéntico. QAF es una serie ligada al tiempo en que vivimos, su valor alcanza cotas ociosas pero también pedagógicas. No está de más, pues, reivindicar una serie que Cuatro, en su falso alarde modernizador y modernista, relegó a la madrugada, o sea, al olvido. Pero QAF sobrevive como título de culto en una reciente edición en dvd, una caja magnífica con la que recuperar (esta vez en V.O.S.) los ochenta y cuatro capítulos de un producto necesario, criticable pero casi siempre estimulante.
QAF es la historia de cinco niños que buscan su identidad en una discoteca, y esta, cual guardería, les enseña sin complacencia sus miserias y neuras, la doctrina de una sociedad que discrimina sin piedad a lo queer, entendido como raro o desviado. El aprendizaje personal de los personajes queda justificado al final: la discoteca Babylon desaparece en forma de incendio y nuestros protagonistas, sabiéndose náufragos de algo, deben de nadar solos, aceptar la llegada de los treinta, asentar la cabeza, redirigir sus vidas, determinar hasta qué punto es lícito y soportable su rutina. Michael y Brian bailarán un último baile rememorando un sinfín de recuerdos, citas, risas, novios o simples cuerpos que aparecieron y desaparecieron en el transcurso de una sola noche. Nuestros pequeños héroes buscan ser amados, son seres sombríos con pasado turbio y presente desigual. Ver la serie es asistir a la evolución física, sentimental y psicológica de cinco seres que acaban siendo nuestros amigos. Ellos pierden a Babylon; nosotros los perdemos a ellos.
QAF puede mostrarnos una imagen escueta del mundo gay, pero en ningún momento cae en la autocomplacencia. Imponer unos personajes gays en un contexto homosexual convierte a lo gay en una especie de gueto peligroso. Dicho gueto, pero, es la esencia del relato. La serie es muy franca: sabe a qué público va destinada y qué espectadores repelerán la trama desde el minuto uno. Si en el medio televisivo, incluso en nuestro lenguaje habitual, hacemos un alarde continuo de la heterosexualidad, QAF se limita a trasladar todo ello a un contexto diferente. Estamos, hablando burdamente, ante la versión homo de Sexo en Nueva York, esta vez con mucha más sexo de lo esperado en una serie americana. Sin duda, que la serie se haya mantenido en antena cinco años es casi un milagro.
QAF es un culebrón más donde cada actante tiene su propia parcela. Brian es el rompecorazones por excelencia, alguien soberbio que es guapo y se lo cree, un tipo que alardea cuando, en el fondo, carece de moralidad, canaliza su amistad con Michael haciéndole daño y no es capaz de revelar su condición sexual a su padre y compañeros de trabajo. Brian representa el american worker que puede permitirse todo tipo de lujos y derroches. Brian es individualista, egoísta, ególatra… y en el fondo, muy en el fondo, una persona buena y solit(d)aria que espera amar y ser amado (vale, esto de queer pasa a cursi). Michael viene marcado por su origen humilde y una madre no por simpática menos agobiante. Michael formará al final la familia que tanto deseaba, una familia que, siguiendo el espíritu de la narración, es imperfecta e inusual. Emmet representa el consabido cliché del espectáculo, el amaneramiento y la superficialidad, un joven que ha transformado el sufrimiento del pretérito en una jovialidad impostada. Ted es el personaje que más aprecio, un tipo trabajador que se ha limitado a seguir las normas. Tanto recato, pero, le llevará a un camino sin retorno, a no discernir entre el bien y el mal. Ted vive un proceso contrario al de sus amigos: un viaje hacia el desenfreno, las drogas, el sexo fácil y una malsana fijación por el cine porno. Ted es el adolescente tímido de cuarenta años, el gay que resulta invisible para la sociedad, alguien amorfo, solo y triste que puede esconderse en nuestro mejor amigo, vecino, etc. Y finalmente Justin, un joven valiente e impulsivo, el artista en ciernes que difícilmente logrará tener éxito. Justin abandona su hogar burgués iniciándose a destiempo en el sexo, en el mundo antes inexistente donde todo parece posible y lícito. Justin es un ser dubitativo que se equivoca; con él arranca la historia y con él acaba. Justin abandona Pittsburgh, al igual que Melanie y Linsay, en busca de un mundo mejor. Y nosotros, que conseguimos quererles y odiarles al mismo tiempo, les deseamos suerte.
Pese a no compartir las opiniones de los protagonistas (de hecho, mi ritmo de vida puede considerarse el antónimo de lo que aparece en la serie), QAF es un producto único que me entretiene y emociona. Nadie debería desperdiciar la oportunidad de acercarse a una serie de eterna actualidad. Poco importa si se quiere u odia: la naturaleza de QAF ama el debate, independientemente de si este va en contra o a favor de los postulados de la serie. QAF siempre irá unida a mis dieciséis-diecisiete años. Tal era mi fijación por la serie que grababa pacientemente cada capítulo de lunes a jueves y me levantaba una hora antes para poder verla antes de ir al instituto. Sin duda, una generación de espectadores ha crecido con esta serie cuya mayor virtud es el simple hecho de haber existido.
PRÓXIMA SEMANA: PRISON BREAK
Novedosa no es¡ sexo+ drogas+ sida+disco+music dance= temática gay… Esta serie no me gusta para nada, muy pretenciosa y después des “deslumbre” de su primera temporada se torno un poco repetitiva y aburrida. Si de series gay se trata, me quedo con Will & Grace que es tremendamente entretenida y graciosa… PRISION BREAK me encanta.. UN SALUDO
ResponderEliminarEl comentario de Jose sobre Will & Grace es precisamente de lo que estamos cansados los homosexuales que se muestre en el cine y la tv: los gays para divertir no más, sin pensar en que es duro, es difícil y muchas veces feliz, pero no necesariamente para los hetero.
ResponderEliminarLa vi completa y es sensacional, como todo, hay partes que me aburrieron, pero esa sí es una mirada a la vida de una comunidad y no una comedia light que tiene un hombre homosexual de protagonista (fíjese bien en la palabra hombre, porque a Ellen la cricificaron cuando hizo lo mismo).
Hace tiempo que quería ver esta serie porque un amigo mío me la había recomendado. Como no tengo TV de cable (por decisión propia!! je) pues no podía verla. Hace un tiempito la encontré para verla online y debo decir que los primeros capítulos ya me cautivaron. Como dice Antara, siempre los homosexuales fueron caracterizados secundariamente como el tipo o la tipa divertido y nada más. Siempre dentro del encuadre de comedia, que por suerte hayan hecho un producto diferente es genial. Las series siempre tienen baches donde se repiten temas o algún capítulo aburre más que otro, pero no por eso deja de ser bueno.
ResponderEliminarXavier cuenta conmigo para el cineranking por supuesto. El Lunes estaré contigo para poder adentrarme bien de qué se trata.