¿Cuánto apego tenemos hacia una persona, rutina, objeto o lugar? ¿No podemos amar a cosas tan insignificantes como un libro, un cd, una comida? Quien dijo que no apreciamos las cosas hasta que las perdemos no le faltaba razón. Me confieso: estoy enamorado de un edificio, prendado por once pequeños cubículos que me han formado como persona y como espectador. Estoy hablando de los multicines de mi ciudad… mis multicines. Tras funcionar a trompicones durante siete años (las cámaras a veces se descuadran, la limpieza podría ser mejor, los títulos más independientes no suelen estrenarse…) se descubrió que dicho edificio no reunía todos los documentos y aprobaciones necesarias para seguir su actividad (la moqueta, por citar un ejemplo, no era lo suficiente ignífuga). Toda una bomba informativa…
Un mes sin cine ha sido todo un suplicio. La necesidad de estar dentro del cine era más intensa que la de ver películas, algo que perfectamente ha solucionado salas colindantes, salas que, por cierto, no son tan buenas como creen o aparentan ser. Dentro de unas horas Multicinemes Amposta abrirá de nuevo las puertas dispuesto a recuperar el tiempo perdido: un mes sin cine son muchas películas desaprovechadas. Desenpolvaremos la fachada del templo para ver Camino, Los años desnudos o las últimas propuestas de Spielberg o Almodóvar, de la misma forma que hicimos en un pretérito para ver Dogville, Babel, El señor de los anillos o Mystic River entre un largo etcétera. Atrás queda otra película: la de la realidad, protagonizada por una alcaldía un tanto corrupta y un aparato social y político pésimo que no ha sabido sopesar ni remendar el problema con celeridad, alegando pesimismo pero no impotencia. Tan triste como un drama de Isabel Coixet.
Esta anécdota nos sirve para reflexionar sobre cómo vemos el cine y en qué condiciones. El boom de las multisalas surgió en la década de los noventa como un símbolo más del capitalismo de la Europa acomodada. Dichas salas necesitan ser revisadas a riesgo que el espectador, esclavo de la desidia, opte por ensanchar su cultura mediante vías poco constructivas: internet, emule o sucedáneos. El cine como edificio debe ofrecernos un plus extra, convertir cada sesión en una experiencia que nos deje con ganas de más historias. Otra utopía.
Un mes sin cine ha sido todo un suplicio. La necesidad de estar dentro del cine era más intensa que la de ver películas, algo que perfectamente ha solucionado salas colindantes, salas que, por cierto, no son tan buenas como creen o aparentan ser. Dentro de unas horas Multicinemes Amposta abrirá de nuevo las puertas dispuesto a recuperar el tiempo perdido: un mes sin cine son muchas películas desaprovechadas. Desenpolvaremos la fachada del templo para ver Camino, Los años desnudos o las últimas propuestas de Spielberg o Almodóvar, de la misma forma que hicimos en un pretérito para ver Dogville, Babel, El señor de los anillos o Mystic River entre un largo etcétera. Atrás queda otra película: la de la realidad, protagonizada por una alcaldía un tanto corrupta y un aparato social y político pésimo que no ha sabido sopesar ni remendar el problema con celeridad, alegando pesimismo pero no impotencia. Tan triste como un drama de Isabel Coixet.
Esta anécdota nos sirve para reflexionar sobre cómo vemos el cine y en qué condiciones. El boom de las multisalas surgió en la década de los noventa como un símbolo más del capitalismo de la Europa acomodada. Dichas salas necesitan ser revisadas a riesgo que el espectador, esclavo de la desidia, opte por ensanchar su cultura mediante vías poco constructivas: internet, emule o sucedáneos. El cine como edificio debe ofrecernos un plus extra, convertir cada sesión en una experiencia que nos deje con ganas de más historias. Otra utopía.
Es curioso el hecho que la mejor película de este año haya sido 4 meses, 3 semanas y 2 días, uno de los pocos films de nacionalidad rumana que han llegado a nuestra cartelera. La distribución de la película en nuestro país se debe a su triunfo en el Festival de Cannes, consideración sin la cual nunca hubiéramos hablado de la película (las productores y las leyes de distribución imparten también su pequeña gran dictadura). En Rumanía sólo existe una cuarentena de cines en activo y la película, ante el interés de la población, tuvo que proyectarse en salas antiguas o edificios casi en ruinas para asegurarse que todo su público potencial llegaba a contemplar la última maravilla de su escueta cinematografía. Todo ello debería hacernos reflexionar sobre la valía del cine como arte, edificio y arma de cultura. Despreciar el cine en general o el español en particular significa negar una pequeña parte de nuestro ser. Nuestro cine vuelve a abrir, pero solo conseguirá llenar sus arcas con el último James Bond o con los títulos navideños de rigor. Nosotros, míseros e inconscientes privilegiados, deberíamos amar el cine en toda su complejidad y defectos porque nuestros multicines hacen de Amposta un lugar en el que vale la pena vivir. Querer a Amposta significa amar a nuestro cine. Nadie debería olvidarlo. (texto redactado para Revista Amposta ante la obertura de los multicines).
Excelente publicación Xavier, me ha gustado mucho… me has puesto a pensar en que también amo el cine de mi ciudad (Cines Unidos) y sobre todo a mis tres amigos que fielmente me acompañan a casi todas las funciones (de las cuales la mayoría yo los obligo a entrar)…. UN Saludo
ResponderEliminarDespues de esto solo puedo decir... VIVA LOS MULTICINES AMPOSTA!!!
ResponderEliminar:p