sábado, 11 de octubre de 2008

7º ANIVERSARIO DE MOULIN ROUGE

Un día como hoy, 11 de octubre de 2001, se estrenó una película venida a cambiar muchas cosas dentro del panorama fílmico del nuevo milenio; no sólo rescató el musical del baúl del olvido sino que manipuló y alteró el orden de un género enquistado, anclado aún en el tecnicolor de antaño. La historia es de lo más tradicional: el eterno triángulo amoroso cuyos vértices se atraen y repelen. Satine es la bella dama que finge, embauca y consigue sus caprichos con sus armas de femme fatale. El amor de un joven escritor, paradigma de la bohemia y las vanguardias del siglo XX, se cruza en su camino cambiando sin remedio el destino de ambos y el del Moulin Rouge, club de fulanas e intelectuales varios, sede de coloridos y danzas que mutan incesantes e imparables cada noche de fiesta. Los celos del Duque rozan lo enfermizo y la representación teatral del final supondrá el fin del triángulo, el fin de Satine, el fin de la esperanza e inocencia del escritor, la muerte prematura del Moulin Rouge. La clásica trama del romance caballeresco, la típica tragedia griega… la historia de siempre, pero más y mejor. Buz Luhrman se divierte con los excesos de su juguete, innova al mezclar un cromatismo chillón y vistoso con un repertorio musical que, lejos de cualquier coherencia histórica, recicla viejos clásicos de los 70 y 80, recurriendo con descaro a estribillos de Madonna, Elton John o David Bowie. Moulin Rouge es una fiesta visual y emocional, un elaboradísimo ejercicio que combina el cine de autor con el comercial. De esta dicotomía, la película sale victoriosa: no sólo es ya una obra maestra de nuestra era sino que es una cinta reconocible por todos y que ha pasado a formar parte de la memoria audiovisual de una generación de jóvenes espectadores. Moulin Rouge esconde la esencia del séptimo arte, entiende el cine como una experiencia única y colectiva. El espectador acepta el almíbar del conjunto y disfruta dejándose llevar por el ritmo trepidante construido con esmero por Buz Luhrman, un esteta admirado y odiado a partes iguales. Parte de este odio queda recogido en las críticas del 2001: Moulin Rouge estaba presente en todos los rankings y lucía, según el variado criterio de la comunidad de entendidos, cinco, cuatro, tres, dos o una estrella. Toda obra de arte debe despertar opiniones encontradas y dicho patrón se cumplió con Moulin Rouge. Luhrman pasó a la historia con este relato entrañable condenado a ser el nuevo My Fair Lady o Sonrisas y lágrimas. Ocho nominaciones a los oscar y dos estatuillas (vestuario y dirección artística) atestiguan el valor indeleble del film. Sólo cabe recordar que ese año la triunfadora fue Una Mente Maravillosa, algo impensable en la actualidad. Sin duda, los oscar están llenos de olvidos e injusticias. Moulin Rouge, pese a quien le pese, está en el grupo de las olvidadas. Pero ahí está el público para remendar los vacíos académicos: el amor entre Nicole Kidman y Ewan McGregor sigue danzando en la azotea del Moulin Rouge al son de una melodía perpetua. Moulin Rouge cumple siete años… ¡y los que le quedan!.

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