lunes, 6 de junio de 2016

CRÍTICA | EL MARIDO DE LA PELUQUERA, de Patrice Leconte

 
EL MARIDO DE LA PELUQUERA, de Patrice Leconte
7 nominaciones a los César, incluyendo mejor película
Francia, 1990. Dirección y guión: Patrice Leconte Fotografía: Eduardo Serra Música: Michael Nyman Reparto: Jean Rochefort, Anna Galiena, Roland Bertin, Maurice Chevit Género: Tragicomedia romántica Duración: 80 min. Tráiler: Link Elección de Susana Peral
¿De qué va?: El sueño de Antoine es casarse con una peluquera. Desde pequeño, siente una especial atracción por las mujeres que cortan el pelo. Ya de adulto, su deseo se convierte en realidad, pero el idilio no durará por siempre.


CRÍTICA ALBERTO: En el campo de la expresión artística y en particular en el de la cinematográfica acudimos al miedo constante de encontrarnos obras sencillas, porque cierto aire de industria nos ha traducido "sencillez" por "simpleza". Y en este compendio engañoso, acudimos a la ignorancia de películas de interesantes valoraciones. Dentro de este juego, hay que incluir quizás una de las mejores obras del realizador galo Patrice Leconte, una película que sin necesidad de armar una historia de grandes expresiones dibuja una dulce fábula extraordinariamente presentada. No sólo acudimos a un ejercicio de estilo absolutamente admirable, donde la mirada particular de un brillante realizador se funde con una buena consonancia técnica y un buen ejercicio actoral, sino que también nos encontramos con una serie de intenciones que tras un pequeño cuento se acercan con atino a la realidad de nuestros días. No obstante, independientemente de alcanzar las derivas que propone esta luminosa película, uno difícilmente no se queda con ella tras conseguir deleitarse con esa gama de explosiones sensoriales. ★★★★

CRÍTICA ISIDRO: Rakel Winchester sacó en 2004 uno de los grandes temazos friquis de la época "pre Youtube": El marío de la cannisera, una canción flamenco-pop sobre una mozuela merdellona que intenta ligarse al marido de la carnicera aunque sufra de fimosis. Del pellejillo del personaje de Jean Rochefort no se dice nada durante la película que nos ocupa, pero, aunque evidentemente he traído a la Winchester a colación solo por la analogía con el título, El marido de la peluquera tiene momentos en los que parece que quiere disputar en bizarrismo con el de la carnicera. Porque dime tú si no tienen telita los bailecitos que se marca el señor bigotudo con toda la cara de flipado de la vida. Y es que la película en realidad es una chorrada, el poco argumento que tiene casi ni se sostiene, la resolución es de "traca matraca" y encima está envuelta en cierto halo de seriedad que la hace aún más chorra. Pero, por el contrario, también tiene una de las mejores representaciones del despertar sexual que haya visto nunca en cine: una magnífica composición fotográfica, la elegancia de los movimientos de cámara, la importancia que le otorga al sonido y esa música invasiva pero exquisita que inunda cada rincón del salón Isidore, todo ello se conjuga a la perfección hasta alcanzar unos niveles de sugestión y erotismo bárbaros. De hecho, todo parece la ensoñación de un chaval que lo único que espera en la vida es casarse con una peluquera y su miedo a que, de repente, se la arrebaten. A mí me ha acabado conquistando. Así que "ea", palmas y a bailar borrachos de colonia, “no sabía, yo que era, el ma-ma-marío de la peluquera”. ½


CRÍTICA KOSTI: El despertar sexual, las fantasías amorosas que chocan contra una realidad dolorosa, los sueños que se vuelven realidad... todo en esta historia de Patrice Leconte rezuma un aire de fábula sin moralina que hace las delicias del espectador. Narrada con una voz en off melancólica del protagonista, vamos viajando por los momentos claves de la vida amorosa de Antoine y su particular experiencia con la voluptuosa y atractiva peluquera pelirroja de su barrio. Se inicia así un relato de vida rodeado de una atmósfera muy luminosa y prácticamente pacífica. El sueño y el anhelo del amor como tema principal nos regala imágenes cargadas de luz, como si de un milagro o una ensoñación se tratara. La cámara recorre lentamente la estancia, el rostro de Antoine y el cuerpo de Mathilde, todos ellos en sintonía. Leconte se recrea en sus imágenes para introducirnos en la mente y el corazón del narrador, lugares llenos de pasión donde resulta difícil perderse. Su cándida sencillez es capaz de evocar los aromas de las lociones y el amor que las paredes de esta peculiar peluquería encierran. De esta fábula sacamos otras lecturas, como el paso de la vida, el dolor de los años y los miedos del amor, temas que se recrean en la locura de su final, en una vida idealizada que no cuenta con las intrincadas complicaciones que, irremediablemente, hacen acto de presencia en la razón y el corazón. Un final necesario para caer en la cuenta que acabamos de presenciar un cuento claramente optimista, pero con una carga tremendamente pesimista, y en ello influye también la magistral música de Michael Nyman. ½

CRÍTICA RONNIE: Leconte se anota aquí una fábula que entrevé historias con las cuales nos identificamos dentro de nuestra cotidianeidad. Las sensaciones que vemos en pantalla nos parecen recurrentes, nos invaden en la silla del salón de corte. El marido de la peluquera resalta por sus alegóricas referencias pasionales descritas a voluntad de Leconte. Su fortaleza recae en la sensualidad natural utilizada como motor de la propia historia, sin recurrir a elementos de mal gusto para fabricarla. Tenemos una historia romántica como pocas con algunos destellos geniales, pero en general es una película sencilla y pasable para una tarde de ocio. ½


CRÍTICA XAVIER: Lo confieso: detesto las peluquerías. Son lugares diabólicos, repletos de revistas del corazón, cachivaches extraños, potingues de todo tipo, peluqueros amanerados que te quieren cardar la sesera con el tocado de Tina Turner en Mad Max 3 y mujeres metomentodo que, entre corte y trasquilón, te preguntan por tu vida, tu trabajo, tus amoríos y hasta por tus ancestros. Por eso, me cuesta entender que alguien sienta algún tipo de excitación con esos templos de los chismes y los secadores. El protagonista de El marido de la peluquera siente una obsesión malsana por las féminas con bata blanca, se emborracha con agua de colonia y baila al son de las canciones que Turquía mandó a Eurovisión en sus participaciones ochenteras. Leconte intenta contar una historia sobre "le désir" y la fugacidad de "le bonheur", pero quien escribe sólo observa una tendencia "erótico-capilar" muy preocupante. Una copia burda de la voluptuosidad del cine y las musas de Fellini. Éxito incomprensible en los cines de versión original a principios de los 90 y una de las películas más sobrevaloradas de la modernidad. Y al escribir esto, pienso que debería cortarme el pelo o, por qué no, apostar por unas trenzas a lo Pipi Calzaslargas, mechas californianas o rastras "perroflautas". Pero no soy tan irónico: mi fobia a los salones de belleza no es broma. Tan real como mi animadversión a esa tontería llamada El marido de la peluquera. Palabra de hipster.  ★★

NOTA MEDIA del JURADO: ★★★

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