lunes, 23 de marzo de 2015

CRÍTICA | PECKER, de John Waters


Fotografiando Baltimore
PECKER, de John Waters
Sección Oficial Festival de Gijón 1998
EE. UU., 1998. Dirección y guión: John Waters Fotografía: Robert Stevens Música: Stewart Copeland y VV. AA. Reparto: Edward Furlong, Christina Ricci, Mary Kay Place, Martha Plimpton, Lili Taylor, Bess Armstrong, Brendan Sexton III, Mink Stole, Patricia Hearst Género: Comedia negra Duración: 85 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 12/03/1999
¿De qué va?: Pecker tiene 18 años, una cámara de fotos, una novia malhumorada, un amigo cleptómano, una familia estrambótica y una energía contagiosa. Una combinación perfecta que llama la atención de una marchante de arte de Nueva York. Pecker, relanzado como fotógrafo promesa, viaja hasta la gran ciudad para recibir su particular baño de multitudes. La fama, pese a todo, pondrá patas arriba la hiperactiva rutina de Pecker.


John Waters, el padre de criaturas tan transgresoras como Pink Flamingos o Polyester, filmó a finales de los 90 una de sus películas más amables. Pecker, otra rareza más dentro de una filmografía llena de bizarradas, fue recibida como la obra más mainstream de su autor, un juicio sesgado porque en realidad estamos ante la película más sincera y autobiográfica de Waters. Aligerada de las exageraciones 'marca de la casa', pero fiel al espíritu bizarro de sus inicios, el padre de Hairspray se sirve de altas dosis de imaginación y energía positiva para contarnos el devenir personal y artístico de Pecker, un joven fotógrafo que captura en sus improvisadas estampas el alocado mundo que le rodea. El protagonista, simbólico álter ego de Waters, conoce el éxito y el fracaso como artista casi al mismo tiempo, una premisa que le sirve a Waters para criticar las tendencias de las élites culturales y la opinión pública, a la vez que defiende la pureza de la vida 'de barrio', desprovista de la superficialidad y fría sofisticación atribuida a la gran Nueva York. Pecker tal vez peca de cierto 'buenismo' y desorden narrativo, y en todo momento pesa sobre ella la sensación de estar asistiendo a un chiste privado de repercusiones muy comedidas, pero también es una cinta tocada por una energía casi contagiosa. A los intérpretes habituales del cine de Waters, hay que sumar un acertado Edward Furlong y una malhumorada Christina Ricci, por aquel entonces rostros muy populares y referentes del indie norteamericano gracias a obras como American History X o Buffalo '66 respectivamente. Un film simpático y a contracorriente, tan único en su especie que no se parece a ningún otro. Un cuento inofensivo en apariencia, pero con mucha mala baba en su interior.


Para amantes de películas sobre los vericuetos del arte.
Lo mejor: Sabe conservar un tono de 'realismo mágico' durante todo el metraje.
Lo peor: Que se interprete como una caricatura.

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