jueves, 13 de febrero de 2014

Crítica de PHILOMENA, de Stephen Frears

¿Qué habría sucedido si Searching for Sugar Man hubiese sido una película no documental y al final de la búsqueda hubiésemos tenido a un Sixto Rodríguez interpretado por (imaginación al poder) Jeff Bridges? Obviamente, el film perdería toda su gracia. Y eso es precisamente lo que le ocurre a Philomena, una obra que parece contada siguiendo el manual de la ficción modélica, pero también de la más anticuada. El periodista Martin Sixsmith, vinculado durante mucho tiempo a la BBC británica, escribió un libro en el 2009 contando la búsqueda que emprendió junto a la anciana Philomena Lee y que le llevó a viajar a Norteamérica y a revisitar su pasado como cronista político. Una narración en primera persona, con hipotéticos materiales de archivo o reconstruyendo paso por paso los lugares que transitaron Sixsmith y Lee, podría haber dado una película bastante estimulante. Desgraciadamente, Stephen Frears, cineasta que no hace mucho sí supo filmar a la reina Isabel sin atisbos de condescendencia, cede al telefilm de sábado por la tarde, a la gramática ya conocida, al drama reconocible por un público amplio. Pisar terrenos ya marcados le ha servido al film para conseguir cuatro nominaciones al Oscar, pero la película difícilmente aguantará el paso del tiempo. 


En su primera media hora se agolpan más sinsentidos de los deseados, y el flashback en el que está sumida la anciana Philomena se resuelve de forma exagerada, con una comicidad involuntaria, como si asistiésemos a una versión light de Las hermanas de la Magdalena. Ese arranque logra que pongamos en duda la veracidad de una historia que realmente ocurrió, detalle ya de por sí lapidario: nueva demostración de que el fallo, desde el primer momento, no descansa tanto en la propia historia sino en su planificación como relato cinematográfico. Y paradójicamente, todos sus desatinos iniciales (por qué Philomena decide contar su secreto tanto tiempo después, por qué la hija de ésta contacta con tanta facilidad con Sixsmith, por qué éste accede con tanta diligencia al encargo de buscar al hijo raptado de Philomena y por qué las pistas detectivescas son tan fáciles de rastrear son cuestiones que quedan en el aire, más o menos 'justificadas' por la etiqueta 'basado en hechos reales') permiten a la película remontar ligeramente el vuelo y evolucionar hacia una película nueva, igual de comedida, pero más singular. Las miradas arrebatadoras de Judi Dench, el humor británico de gran parte del guion y los inesperados giros de trama hacen que el espectador termine convenciéndose de que Philomena es una historia curiosa, digna de ser contada, y por ende de ser vista. De Philomena queda un agradable encuentro con la gran Judi Dench y una cita mínima a un pasado oscuro en el que la Iglesia movía ficha a su antojo y creía poder castigar a las jóvenes adúlteras deshaciendo esa institución que paradójicamente tanto defienden (la familia), pero no hay ningún atisbo de crítica, de emoción o de conmoción por parte de un film al que se le ven las costuras desde los títulos de crédito iniciales. 


No sabemos qué pensará el verdadero Martin Sixsmith de la película, aunque seguramente habrá tenido un ataque de furia similar al que sufre el personaje de Emma Thompson en Al encuentro de Mr. Banks. La cuestión es que, en lo personal, sigo viendo a Philomena como una road movie expiatoria y sanadora, en la que el pasado se nos cuenta sin rodeos a cámara, y en el que el periodista realmente actúa como tal y lleva las riendas del material escrito y grabado. Y no son tics de modernidad gafapasta: Philomena, en la desatinada versión que ahora se estrena, dulcifica todo el tremendismo que define a la historia, y por ello me parece poco cabal, nada humana, por mucho que apele al buenismo y al afecto de la audiencia. Un ejercicio de 'cine rosa' rodado con ligera astucia, pero sensiblero y domesticado al fin al cabo.


Para los que creen que el subtítulo 'based on true events' lo justifica todo.
Lo mejor: El pulso tragicómico que se libra entre Dench y Coogan.
Lo peor: Manipular al público implica mentirle: sus nominaciones al Oscar, más que un desatino (que también), me parecen un peligro mayúsculo.

Nota: 5'5

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