jueves, 24 de noviembre de 2011

Animación francesa: Crítica de UN GATO EN PARÍS (UNE VIE DU CHAT)

La cinefilia no suele parar demasiada atención a la otra realidad del cine de animación. Conocemos y admiramos los productos de la Pixar, los personajes más carismáticos de la Dreamworks o la personalidad de Hayao Miyasaki y su Estudio Ghibli. Pero en Europa se produce mucho cine animado, y en España este tipo de películas goza de una salud de hierro. La iniciativa de los cines Verdi de proyectar ese otro cine animado puede que potencie la llegada a las salas españolas de esas piezas de artesanía local que hasta ahora tenían una escasa distribución. El primer paso lo dio The Secret of Kells, pieza de orfebrería irlandesa que logró estar entre las cinco nominadas al Oscar al mejor título animado. La coproducción entre España y Estados Unidos Planet 51 exploró nuevas posibilidades tanto a nivel narrativo como sobre todo financiero. Chico y Rita abría el capítulo del cine español animado y adulto, grupo en el que pronto se inscribirá Arrugas de Ignacio Ferreras. Un gato en París, nominada al EFA a la mejor cinta de animación europea, se une a Pánico en la granja y Kerity y la casa de los cuentos como representantes del mejor y más variado cartoon galo. Es un cine poco conocido. Incluso a los que nos gusta ver mucho cine y de todo tipo presentamos cierta resistencia a estas propuestas, pero su reivindicación es clave no sólo para favorecer la polifonía de creadores europeos dedicados a la animación, algo muy necesario ante la mastodóntica maquinaria de Hollywood, sino también para formar a esos pequeños espectadores que dentro de unos años pueden ser los continuadores de una cinefilia selectiva y reflexiva. No es que las películas norteamericanas estén diseñadas como artículos de consumo, que en parte también, pero hay que defender un cine más artesanal que esquiva su falta de medios con altas cuotas de ingenio. No debemos domesticar ni aburguesar la mirada y mente cinéfila de nuestros pequeños: de ahí la importancia de nombres como Un gato en París.


Un gato en París presenta además una reivindicación del dibujo a mano en tiempos en los que los personajes sólo parecen tener píxeles. Por una parte, Un gato en París es una delicia porque se intuyen las ilustraciones en papel, montadas y dotadas de un relieve que nunca traiciona las luces y sombras del carboncillo original. Y por otra, el público infantil se sentirá atraido por el gato del título y la fabulación de un posible viaje por las azoteas y tejados parisinos a medianoche. Pero, y aquí reside el verdadero interés de la cinta, Un gato en París tiene un reverso adulto que los más experimentados releerán como homenaje al mejor cine negro y revisión cómica del cine gangsteril. En resumen, las imágenes de Un gato en París destilan cinefilia y emprenden la magna, necesaria y pedagógica misión de educar a las nuevas generaciones de cinéfilos. Afortunadamente esta obra de arte francesa tiene el suficiente ingenio para atrapar al espectador sin que todo quede desvelado y expuesto en la pantalla. Esas son las mejores propuestas del género: las que no insertan a sus personajes en mundos cerrados y dejan que los pequeños y no tan pequeños dejen volar su imaginación.


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Nota: 6

2 comentarios:

Marisa dijo...

Coincido totalmente en que en gral no prestamos demasiada atencion a los emprendimientos independientes que no son fruto de las grandes productoras , la maquinaria inmensa de publicidad de las distribuidoras es impresionante
Bastara ver la cantidad de ciudades q estan recorriendo los protagonistas del gato con botas en estos dias
Es interesante desde nuestros medios dar difusión a estos pequeños proyectos desde lo presupuestario
Te sigo !

Dialoguista dijo...

Que linda crítica. Pronto la veo :D