jueves, 14 de julio de 2011

Soledad y sordidez: Crítica de SON FRÈRE (SU HERMANO)

Hace tiempo que Luc huyó del núcleo familiar y se refugió en París para poder vivir libre, sin ataduras, sin tener que dar explicaciones de nada a nadie. Pero el pasado llama un día a la puerta de su apartamento. Su hermano mayor Thomas, el mismo que no aceptó la homosexualidad de Luc, se está muriendo. Tiene una enfermedad sanguínea: su nivel de plaquetas es tan bajo que cualquier golpe o herida puede acabar en hemorragia. La lógica sería que Luc tuviese una dolencia venérea, pero no: el inválido resulta ser el otro hermano que apenas conoce. La sangre es curiosamente lo que les une y lo que les separa, incluso Luc afirma que los lazos de hermandad son totalmente arbitrarios y que no siente a Thomas como propio. A pesar de todo, Luc dejará su relación con Vincent y combinará su trabajo en un colegio con pequeñas escapadas a un hospital parisino. No se sabe si el hermano ha vuelto para llamar la atención o hasta qué punto son inocentes los dolorosos comentarios que sueltan los padres de ambos en la habitación del hospital, pero tanto Luc como Thomas viven una segunda oportunidad para echarse en cara todo lo que nunca expresaron, también para sincerarse y verbalizar un amor que nunca se esfumó. De esta forma ambos se convertirán casi en amantes. Uno necesita del otro. Y el otro, al ver el cuerpo de Thomas menguar y casi desaparecer, se convierte en espectador íntimo de la decrepitud de su semejante. Una historia rodada con tonos oscuros, totalmente desnuda y sórdida, en la que al espectador sólo le queda huir o hundirse con los personajes. Chéreau filma la enfermedad del hermano con un tono marcadamente feísta y nos sitúa en una tesitura incomodísima: como el hermano callado al fondo de la sala, nosotros vemos cómo las enfermeras, con su particular frialdad y parsimonia, depilan la silueta escuálida de Thomas. Chéreau no tiene ningún miedo a resultar decrépito e insoportable: a diferencia de Coixet y su Mi vida sin mí, la lírica de Su hermano emana de la muerte y no de la vida. Por eso el film requiere de espectadores fuertes y comprometidos que sepan ver que, detrás de una superficie totalmente negra, hay una historia preciosa de reencuentro, aceptación, renuncias y cariños. Una película lánguida, escueta y explícita en la que una vez más se echa un poco de más el ampuloso estilo de Chéreau (La reina Margot resulta bastante satisfactoria, pero otras como Gabrielle son exasperantes): las digresiones temporales, ciertos subrayados (el adolescente que camina con un gotero por los pasillos del centro sanitario) y en contraposición elementos de la trama poco tratados (la poca definición de los personajes de los padres, el final excesivamente escapista) acaban por limitar las posibilidades del film. No emociona, pero sí deprime: como ocurre con el cine potente, logra que sintamos empatía por casos que en la televisión o en los periódicos resultan asépticos, rutinarios, impersonales. Un via crucis que acaba en el mar con la canción Sleep de Marianne Faithfull. Justo en el momento en el que salimos de la sala totalmente molidos con ganas de hablar con esos hermanos que hace tiempo no vemos.


Si te gusta esta crítica, vótala en Filmaffinity

Nota: 6'5

1 comentario:

Rodrigo Moral dijo...

Nada sabía de esta película, a decir verdad. Nunca está mal verlas, porque suelen tener una trama con interesantes giros. Son las típicas películas que vería en televisión, si es que alguna vez la dan.

Sí me gusta que se muestre el lado oscuro de las enfermedades, el más deprimente, si se quiere. Me genera interés. Admito.

¡Saludos!