domingo, 31 de julio de 2011

Ojo por ojo: Crítica de I SPIT ON YOUR GRAVE

A Miguel, el fan del cine de terror

Ciertos géneros cinematográficos dependen en un porcentaje bastante elevado del bagaje y los gustos de la audiencia. No hablamos del drama o la comedia, etiquetas totalmente delimitadas, definiciones que todo el mundo entiende como antónimas y que de alguna manera son comunes a todas las historias y a todos nosotros. A partir de ese drama y de esa comedia se articulan todos los demás géneros, como si estos fueran satélites o ramas secundarias de los anteriores. Es fácil acceder a una comedia o entender un drama, y por defecto las historias que juegan con ambas y que son rebautizadas como 'comedias dramáticas', 'tragicomedias' o 'comedias negras'. Pero no ocurre lo mismo con el western, género que por mucho que me esfuerce está regido por unos principios estéticos y narrativos que no siento como propios, y por no resultar cercanos sus películas, salvo contadas excepciones, no suelen emocionarme. Lo mismo me ocurre con la ciencia ficción: hay clásicos que no me atrevería a poner en duda y que disfruto como el auténtico fanático del género, pero a la hora de la verdad prefiero que me cuenten cosas verosímiles en contextos reales. El terror, ya sea suspense o casquería pura y dura, es diferente. Mi padre creció con Ford y Wayne y el lejano oeste le resulta muy familiar; a alguien que nació en los 90 le resulta cercano el terror juvenil de Scream, el visionado clandestino y el impacto inicial de El proyecto de la bruja de Blair o Jeepers Creepers, el suspense de los mejores títulos asiáticos que popularizó el Festival de Sitges. Por eso disfruto como un enano con las cintas ultraviolentas del nuevo cine francés, Tarantino o barbaridades sólo presentes en la red como Eden Lake. Todo esto era un excusa para decir que I spit on your grave (o sea, chica en un lugar desconocido que es atacada por unos extraños de los que posteriormente se venga) tenía todos los ingredientes para gustarme. Desgraciadamente no ha sido así. Y no porque la historia sea obvia, una más de acecho y derribo sádico. I spit on your grave no sabe crear la intensidad de los títulos que imita. Durante una hora y media esperamos a que la historia 'vaya al grano', y realmente cuando entra en materia resulta revelarse como el recital de pringue rojo que queríamos. Pero por el camino hemos dejado la construcción de personajes, el uso de la cámara y los efectos especiales para crear un clímax, una atmófera. Películas como I spit on your grave, pese a mi amor por todo lo malsano, aunque me divierta la política del ojo por ojo, no dejan de ser fast food de gusto alterado y fácil digestión, una atracción de feria en la que la adrenalina sólo se activa durante los dos minutos que el tren de la bruja está en marcha. Así que aunque después de verla me sienta saciado, debo darme cuenta y criticar la mala calidad del menú. Y volviendo al binomio de drama-comedia, algo ocurre cuando I spit on your grave, antes de que el maltrato resulte irónico, me causa risa cuando no debería: resigo los pasos de la joven protagonista sabiendo lo que le ocurrirá a continuación, y me mofo al ver que todo sucede según lo previsto. Vaya: I spit on your grave acaba siendo una mala película, sean cuales sean los gustos de los espectadores. Si no tienen sensibilidad (o mejor dicho, resistencia estomacal) hacia los títulos de terror gore, ni se acerquen. Si les va la marcha, puede que pasen el rato (así, ni 'bueno' ni 'malo'), pero muy conscientes de estar lejos del cine en mayúsculas, incluso del buen cine de terror.


Nota: 5

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viernes, 29 de julio de 2011

Ricordi della mia mamma: Crítica de LA PRIMA COSA BELLA

A todos los que he dado la lata con esta película, especialmente mi profe de italiano.

Odiar a una madre es imposible. Aún menos evitarla. Todos tenemos una, más o menos perfecta, pero es la nuestra. Virzì homenajea la figura de la mamma italiana, y de paso a las madrazas y madonnas que nutren la historia del cine italiano, en La prima cosa bella, una película de diálogos frenéticos, dotada de una energía arrolladora, que invoca la nostalgia del espectador y que nos invita a reconciliarnos con la madre que nos parió y quiso a pesar de los pesares. Contada a dos tiempos, la película es un canto a la vitalidad y al recuerdo, y vuelve al pasado con un personaje masculino que fue un hijo primogénito sufridísimo y que ahora es un profesor de instituto desencantado. En contraposición, su madre, en sus etapas de juventud y senectud, irradia belleza, inconsciencia, fuerza, el carácter que precisa toda matriarca (y que es el culpable y víctima de la tradición 'mammone' del país). Un ejercicio de cine clásico en la que el verdadero espectáculo está en ver a Valerio Mastandrea esquivando a su madre y hermana, castrado tras vivir tanto tiempo bajo el influjo y dominio de féminas; sin olvidar la bellísima Micaela Ramazzotti, la encarnación moderna de Anna Magnani  más adorable desde la Penélope Cruz de Volver; y la veterana Stefania Sandrelli, a la que la película brinda un merecidísimo y velado homenaje por toda su extensa carrera como actriz cómica. Una película tierna que conseguirá que salgan del cine con ganas de revisar esos álbumes de fotos antiguas que tienen escondidos en algún altillo lleno de polvo. Paolo Virzì conquista con La prima cosa bella la cima de los mejores directores europeos, por su dirección de autores, por su impecable recreación histórica, y por imprimir un ritmo increible a su historia, tan fresco como avasallador (una rapidez que puede saturar a los más duros de corazón: eso sí, hay que verla en su versión original). Toda época, cada momento de nuestra vida está asociado a una imagen, un momento, una canción: la de la película es La prima cosa bella, de Nicola di Bari, pieza que tararean hijo, madre y hermana en uno de sus últimos momentos juntos. Una estampa familiar que podría ser la nuestra. Porque... ¿quién no cree que su madre es la mujer más hermosa? Nominada a 18 premios David di Donatello, nominada al EFA al mejor realizador y representante italiana a los Oscar pasados. Un título clave que llega en julio para embellecer la triste cartelera veraniega.



Nota: 7

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miércoles, 27 de julio de 2011

La edad (del fin) de la inocencia: Crítica de PEQUEÑAS MENTIRAS SIN IMPORTANCIA (LES PETITS MOUCHOIRS)


Por una parte, Pequeñas mentiras sin importancia me recuerda a las comedias norteamericanas de los 80 protagonizadas por adolescentes y jóvenes dispuestos a vivir la vida loca de forma intensa. Pero por otra parte, el drama que barniza el relato de Guillaume Canet no podría ser más actual. Se hace referencia a la crisis económica y la liberación sexual (ésta última, con una elegancia de la que carecen todas las comedias españolas) y sobre todo tenemos personajes que nacieron un poco antes o después de esos 80 dorados y que en parte se niegan a abandonar. Es como si la tragedia se impusiese a la comedia de forma inevitable, accidental, natural. Pero el término de 'comedia dramática', o su análoga 'tragicomedia', son etiquetas inexactas para describir el humor negro, la melancolía y la catarsis final de una película extraña, que uno no sabe si es comercial o extremadamente personal, si aspira a ser un título fundacional (la excelente nómina de actores, casi todos ya consagrados dentro y fuera de Francia, apoyan la idea, además de su selección musical) o si Canet simplemente quería rodar entre camaradas una película para sus amigos (y por extensión, para la gente de su generación), como en esa escena en la que el grupo, hablando entre risas y sentados en el sofá, recuerda los vídeos de veranos pasados. Pequeñas mentiras sin importancia es una película veraniega que recurre a un metraje de 145 minutos para simular esas largas vacaciones de los protagonistas, y lejos de aburrir da la sensación de que todo en la película ha sido vivido por los actores (y nosotros lo recibimos todo en primera persona: de aquí que el desasosegante final nos coja con el pañuelo en la mano). Una sensación de verdad, complicidad e intimidad que sólo puede conseguir un director joven, arriesgado pero no inconsciente, que al ser actor sabe mejor que nadie cómo tratar a los intérpretes de su película. Esa ha sido la clave de su éxito por su paso en los cines españoles y el verdadero atractivo del film francés más taquillero en su país durante 2010.


Pequeñas mentiras sin importancia empieza con un accidente de tráfico que es el detonante de todo. Ludo está en un hospital gravemente herido tras ser aplastado por un camión. Sus amigos se reencuentran para verle y deciden seguir con sus vacaciones a pesar de la tragedia. Pero este año su estancia en la costa azul no será la misma: Ludo ha abierto sin querer una brecha que ya es irreparable. La película habla del fin de la inocencia y de personajes que se niegan a actuar como gente adulta. El accidente de su amigo los despierta, los obliga a replantearse sus relaciones entre ellos y con las parejas que han dejado en París. Una premisa que una vez sugerida resulta obvia, pero la película funciona porque, a diferencia de muchos dramas de sobremesa o comedias infantiles, Pequeñas mentiras sin importancia cuenta con buenos personajes, seres de carne y hueso que vamos conociendo a medida que avanza el relato. En medio, Canet se permite alguna licencia afín al gag sutil (todos los líos protagonizados por el ricachón vanidoso de François Cluzet) y fuerza al máximo su historia (pese a todo, 145 minutos siempre son 145 minutos), y aún así sigue a flote, rematando un film sobre la amistad y el desencanto que perfectamente podríamos ver una vez cada año, coincidiendo con el inicio del estío. Vaya: una de esas películas que se ven y recuerdan más con el corazón que con la cabeza. Rescátenla: seguro que será una de sus ficciones favoritas de este 2011.


Nota: 7'5

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lunes, 25 de julio de 2011

MINISERIES 2: CARLOS

Carlos es el proyecto mastodóntico del reciente cine europeo, en la línea del decálogo televisivo de Kieslowski o la portuguesa Misterios de Lisboa. Assayas logró que una película de 333 minutos fuese para los cronistas de Cannes 2010 una de las mejores obras proyectadas en el festival. Y a esta hay que sumar Mildred Pierce como las grandes sorpresas televisivas de la temporada que en verdad son megafilms imprescindibles. Carlos, EFA al mejor montaje y Globo de oro a la mejor miniserie del año, es un ejercicio de cine de acción impecable, con una estudiadísima puesta en escena, una minuciosa recreación histórica y una interpretación de matrícula de honor para Edgar Ramírez, César al mejor intérprete revelación. Carlos, en sus tres capítulos, resulta tan apasionante como inabarcable, y a veces uno piensa que hubiera sido mejor que Assayas se hubiese limitado a un sólo episodio de la vida del terrorista de nacionalidad venezolana Ilich Ramírez, alias Carlos El Chacal. Con tanto metraje da tiempo para casi todo y lo mejor es la evolución del personaje: además del trabajo de maquillaje y peluquería, el actor es capaz de engordar y ganar músculo según lo requiera el personaje, a lo que se suma la babelia constante de idiomas, países, datos y fechas. Carlos me merece toda la admiración del mundo pero también me deja un tanto exhausto: de hecho, los capítulos van de más a menos, a pesar de que el carácter ególatra, arrogante, manipulador y seductor va ganando en curvas y matices a medida que avanza la trama. Las primeras horas me mantienen en tensión, el secuestro en Austria de los componentes de la OPEP es la mejor historia dentro de la película (no descarten un film independiente centrado únicamente en este hecho histórico), y pese a todo al final tengo ganas de que se acabe. Hay que verla con calma y conocimiento de causa, y este blog desconocía la figura del terrorista Carlos y lo único que no tiene es tiempo. Lo que sí es evidente es que pocos como Assayas serían capaces de defender un proyecto de las dimensiones de Carlos. Pese a todo, uno de los pocos visionados obligados de este 2011.


Nota: 7

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domingo, 24 de julio de 2011

¡POST Nº 900!: Presentamos EL ACTOR DE LA DÉCADA


En septiembre empezará el concurso El actor de la década, que nos acompañará durante toda la temporada de premios. También los Cinoscar Awards de la década, los premios del blog que valorarán lo mejor de cada año. Sin querer adelantar nada, y teniendo en cuenta que será mejor celebrar los 1.000 posts (cifra más redonda), sólo me queda dar las gracias a los que han visitado, visitan y visitarán este blog durante sus dos años y once meses de vida (y ojalá sean más). No duden que aún quedan por delante muchas reseñas y publicaciones que espero sean de vuestro interés. Mañana, más.

viernes, 22 de julio de 2011

La diva Pfeiffer: Crítica de CHÉRI

CHÉRI, de Stephen Frears (Reino Unido, 2009)
Parece que Frears no quería abandonar los corsés de época. Chéri vino después de Ms. Henderson Presenta y La reina (The Queen), todas ellas encumbradas por la actuación de sus actrices protagonistas. Aquí se repite protagonismo femenino, y realmente la relación entre Pfeiffer persona y personaje se presta a muchos chistes. En pantalla es una cortesana ya mayor que se niega a ceder terreno a las nuevas y más jóvenes plebeyas. En la vida real, es una actriz a la que las arrugas no le han hecho más que conferir más belleza y misterio, aunque su irregular lista de estrenos desvela una carrera que, exceptuando Los fabulosos Baker Boys, nunca ha conocido un éxito rotundo ni ningún papel memorable. Chéri es un homenaje a Pfeiffer, y nadie mejor para acometerlo que quien la dirigiese en la muy recordada Las amistades peligrosas. Lo que Frears nunca tuvo en cuenta es que su querida actriz siempre resulta superior a la historia que protagoniza. Chéri no deja de ser una opereta muy insustancial, una obra de teatro dividida en varios actos en la que sólo brilla la sabiduría de Pfeiffer. Divierte su naturaleza british: hay que verla en su versión original para apreciar la corrección de sus diálogos y disfrutar de una estética historicista impoluta. Lástima que la película sea tan pequeña y previsible como un telefilm filmado en salones victorianos. Pfeiffer merecía mucho más.


Nota: 5

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jueves, 21 de julio de 2011

Cuento ecologista: Crítica de ¿PARA QUÉ SIRVE UN OSO?

La amistad se está convirtiendo en la base de la filmografía de Tom Fernández. Y pensándolo bien: ¿hay algún director contemporáneo que se dedique a retratar ese valor universal tan necesario? Nadie. Así que ¿Para qué sirve un oso? resulta doblemente curiosa: por una parte propone un tema tan adulto como el cambio climático y el ecologismo en tiempos capitalistas; y por otra su humor es claramente aniñado, como si en verdad aspirase a ser una película familiar de personajes en carne y hueso. Ese es precisamente el problema de la cinta: uno nunca se acostumbra al corazón infantil de la película y su director demuestra un amor platónico por esas tramas bienintencionadas de los films mudos en blanco y negro. Cámara y De Castro, la pareja de científicos antitéticos, también es una reproducción anglo-asturiana de los dúos cómicos de antaño. Pero los espectadores de ahora, que hemos perdido parte de nuestra inocencia y que cualquier discurso sobre la amistad nos parece cursi, precisan otras historias: eso, aunque sólo en parte, explicaría que el film no haya cuajado en taquilla en su estreno primaveral. ¿Es problema del público, que ha asumido la perversión como base del entretenimiento? ¿Es problema del propio Fernández, que se empeña en evocar un tipo de cine totalmente desfasado? Y puestos a plantear preguntas existenciales: ¿para qué sirve un oso? Cae en el saco de las películas españolas totalmente prescindibles del 2011.


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Nota: 5

miércoles, 20 de julio de 2011

Incógnitas matemáticas y cinematográficas: Crítica de LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS

'Mis hijos me han arruinado la vida', dice el personaje de Isabella Rossellini en un momento de La soledad de los números primos. Uno espera que tras esa aseveración haya un dramón de tomo y lomo, pero no es así. Estamos ante la adaptación cinematográfica del best seller de Paolo Giordano, un libro que en su día no leí. Por eso me esperaba que la película fuera una historia de amor más o menos convencional, que la cinta discurriese por caminos conocidos tal y como apuntó la crítica del pasado Festival de Venecia. Será mi total desconocimiento de la novela original pero el film me ha parecido más rebuscado de lo normal. No puedo valorar si es una buena traslación en imágenes de la historia de Giordano, pero sí se ve que no es la típica película que quiere llevar a las salas a los lectores de la novela. Así, La soledad de los números primos es una cinta misteriosa, la historia de encuentros frustrados entre dos marginados sociales que se esconden en sus caparazones. No hay besos, más bien susurros o caricias entre dos amantes que nunca estuvieron hechos para ser amados. Es difícil analizar la película cuando sus personajes, en sus diferentes edades, son como dos incógnitas matemáticas y cinematográficas (o, siguiendo el juego, dos números primos gemelos no divisibles por nadie y separados por un número par). La película también aspira a ser una 'x' inconclusa, una ecuación sin resultado. Hay momentos en los que cede al romance adolescente como en la escena de la discoteca. Hay otros en los que se intentan agregar insertos líricos como esa mujer esquiando. Y hay minutos totalmente desquiciados, con una atmósfera turbia, como ese inicio en el teatro infantil o la parte que concierne a la Alice adulta, corriendo entre selvas imaginarias y desmayándose en un supermercado. En todo caso, no veo en La soledad de los números primos nada que justifique esa frase de Rossellini tan contundente, tan fuera de contexto, tan impostada. El drama que se esconde en el corazón de la película (una hermana desaparecida, una situación de bullying en el instituto) no da sentido a los silencios y desaires de los personajes. Pero es innegable que la película tiene un algo extraño que me atrapa y que hace que soporte sus dos horas de duración sin plantearme que la historia no se sostiene por ningún sitio. No quiere ser una película polémica, pero seguramente será criticada por muchos frentes. Si hay que posicionarse, este blog la apoya aún a sabiendas de su frágil estructura. ¿No se trata de simpatizar con esos personajes suicidas de acciones y actitudes tan tan incomprensibles? Pues eso.


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Nota: 6

martes, 19 de julio de 2011

La cara de una ¿terrorista?: Crítica de MIRAL

De Julian Schnabel siempre se espera muchísimo. Miral, basada en el caso real de una periodista palestina con una infancia dificilísima, se presentó en la pasada edición del Festival de Venecia y no logró la buena prensa de otros biopics como Basquiat o Antes que anochezca. En esta ocasión la crítica menospreció una película muy especial que toca un tema tan espinoso como el conflicto entre israelíes y palestinos. Por una parte, Schnabel ha mantenido sus disertaciones líricas que nos siguen recordando el artista de videoarte minoritario que siempre ha sido. Por otra, el director es consciente que algunas partes del film precisan una narración más convencional, y en esos momentos Schnabel controla su fotografía en movimiento o la yuxtaposición de imágenes de archivo para firmar un digno thriller político en la línea de Munich o Paradise Now. Lo bueno de Miral es que no quiere ser ni completa ni exhaustiva: de lo contrario, hubiera muerto víctima de sus pretensiones, y la película no es ni debe interpretarse como grandilocuente, aún menos como polémica. Si bien no emociona, sí informa y consigue que el espectador se sensibilice con el tema y quiera buscar más información sobre la lucha por la creación de un estado palestino independiente con todos sus derechos. Así que Miral es totalmente coherente con la filmografía de Schnabel y con todos los recursos (de autor independiente, de artista de masas) de su obra: otra cosa es si su naturaleza ecléctica logra convencer a la audiencia. Rescaten la película porque la vida de Miral es una de esas historias que merecen ser contadas: la triste existencia de una mujer que vió morir a su madre cuando era pequeña y que en la adolescencia se debate entre el silencio o la rebelión, entre ser víctima o verdugo, o bien seguir con la mala suerte de su familia o intentar vivir al margen de cualquier actividad política o terrorista. Schnabel nos recuerda que firmasen lo que firmasen los mandamases de turno en los 90, Palestina sigue siendo esa tierra de nadie que afecta e incomoda tanto a Oriente como a Occidente. Miral pone rostro a la barbarie, algo necesario, lo máximo a lo que puede aspirar una película. Ni su historia es la encarnación total del problema ni la vida de Miral personifica a todo el pueblo palestino: eso es precisamente lo que molestará a unos y lo que otros aplaudirán de este biopic tan personal. Pero si reflexionan no encontrarán en el film ningún atisbo de activismo político o moralina social, rasgos que confirmar que Miral, a pesar de todo, es una buena película.


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Nota: 7

domingo, 17 de julio de 2011

SERIES 30: GLEE



Después de Perdidos (Lost) parecía que ninguna serie podía ocupar el vacío de aquellos adolescentes sedientos de buenas ficciones norteamericanas. Glee se estrenó en septiembre de 2009 y poco a poco ha acabado convirtiéndose en un fenónemo sin precedentes de cuya cosecha han surgido seis discos oficiales, otros tantos EPs, apariciones de los actores en programas como American Idol, una carrera cinematográfica más que sólida para muchos de sus intérpretes, y en un futuro un reality show y una película en 3D que recogerá los mejores momentos de la gira que los artífices de la serie han llevado por toda Norteamérica. Había motivos para pensar que una comedia musical ambientada en un instituto de Ohio iba a ser un sonoro fracaso, pero Fox ha logrado lo impensable: ganar dos años seguidos el Globo de oro a la mejor serie de comedia, sin olvidar los galardones que han recogido Chris Colfer y Jane Lynch por sus aportaciones secundarias. Pese a esto, la resistencia hacia una serie tan rosa y aparentemente superficial como Glee era notable y muchos no la vimos hasta contar con el veredicto positivo de audiencia y crítica. Con dos temporadas a sus espaldas, con el futuro incierto que marcará la próxima tercera entrega de capítulos y conscientes de hacer referencia a uno de los tótems culturales de toda una generación, toca hablar de Glee y analizar aquellos detalles que la han convertido en esa nadería irresistible que mantiene en vilo a millones de televidentes.


Bien pensado, era casi esperable que este blog fuera el último en caer en el embrujo de los estudiantes cantarines de Glee. Descubrí las Spice Girls cuando todos los niños del colegio ya coleccionaban las fotos y cromos de las chicas británicas. Britney Spears fue un descubrimiento del instituto, cuando ya sonaba en las radios varios años antes. No había escuchado nada de Lady Gaga hasta el verano pasado, seguramente porque mis gustos musicales hace mucho tiempo que discurren en paralelo a lo que encumbran la MTV, los 40 Principales y demás. Incluso empecé a ver Perdidos cuando ya se habían emitido sus dos primeras entregas. Vaya, que lo de seguir las modas no va con servidor, y no porque desconfíe de todo lo que admira la mayoría: más bien es por ignorancia de lo que se lleva, de lo que gusta. Glee, la serie de moda que habla de las modas, abre su influencia tanto para los están al día de las tendencias musicales, cinematográficas y de ropa como para esos despistados que prefieren ir por libre: Glee está dirigida a los que nacimos a finales de los 80 o a principios de los 90, los que crecimos con la cultura pop, los que aprendían coreografías en el patio del colegio y los que vieron las primeras emisiones de Operación triunfo, los que sucumbieron al fenómeno fan y los que ya en el nuevo milenio han abanderado la liberación sexual. Glee es una serie coyuntural que contextualiza muy bien las constantes de los adolescentes de hoy en día, y por defecto las de aquellos que dejaron hace poco su etapa púber o los que pronto darán el estirón. No se trata de seguir o no las modas seriéfilas, sino de formar parte de una generación con sus manías y sus reglas. Con esto, Glee era un visionado obligado, una excusa más para seguir idealizando el modelo educativo yanki que tantas veces hemos visto en series y películas.



El rasgo distintivo de Glee está en el perfil de los componentes del coro. Todos a su manera son unos inadaptados que reciben el menosprecio de sus compañeros de clase. El Glee Club los une, les da una identidad y la posibilidad de convertir sus excentricidades individuales en una pequeña mayoría que arrastra a todos los que en algún momento se han sentido fuera de lugar. Una idea harto improvable en la vida real, pero que en la ficción funciona a las mil maravillas. Por eso los chicos debían expresarse cantando: el musical es el género más fantasioso, y en la lógica de la serie es totalmente plausible que los protagonistas canten en los pasillos, baños y alrededores del instituto, a la vez que reafirman el amor hacia sus referentes y expresan sus sentimientos. Glee promueve la cultura de lo friki y lo nerd, y apela a nuestro lado más cursi (porque todos lo tenemos, porque todos querríamos estar en el Glee Club, odiar a Rachel y enamorarnos de Finn). Eso es lo que sitúa a Glee varios peldaños por encima de series adolescentes como Dawson Crece, One Tree Hill, Greek o Diario secreto de una adolescente, ni qué decir de productos españoles del perfil de Física o química: Glee quiere ser la voz de sus propios espectadores, conectar con sus gustos y adaptarse a las exigencias del telespectador. De aquí que Glee cambie por exigencias del guión y también de la realidad: así lo demuestra la cita a Lady Gaga al final de la primera temporada, cuando los guionistas ya eran conscientes de la repercusión social del producto; y las referencias de la segunda temporada a  la Navidad, Halloween, San Valentín, versiones de Rihanna y Justin Bieber, musicales como Cabaret, la aparición de la profesora sustituta que da vida Gwyneth Paltrow o especiales de Madonna y Britney Spears. Al fin y al cabo, criticar Glee por su falta de verismo es un gran error: la serie en ningún momento quiere ser fiel a la realidad, pero sí ser coherente con el imaginario de los que conocen la verdadera atmósfera que se respira en los pasillos de una institución educativa. Por eso el señor Schuester es profesor de castellano sin que en ningún momento nos muestre su dominio del idioma, por eso un indio retrasado es el director del centro, por eso el malo de  Noah  está loco por la estudiante más obesa, y por eso la directora de las animadoras se permite unas rabietas que a cualquier docente le costarían la expulsión inmediata.


Glee ha encontrado el discurso perfecto en el entorno perfecto: un colegio de cómic en el que el lanzamiento libre de batidos helados es el deporte oficial del alumnado. Varios de los ideales estadounidenses quedan satirizados en ese contexto de cuento. La animadora Sue Sylvester es una víctima de una sociedad competitiva, y su carácter lleno de maldades y ocurrencias punzantes es una máscara para enterrar sus traumas. El embarazo de Quinn al principio de la historia, la mojigatería de Emma, la obsesión de la mujer de la mujer de Will por quedarse embarazada y la inocencia de Finn (cree que su novia ha quedado preñada simplemente por haberse bañado con él en un jacuzzi) vienen a ser tramas envenenadas que se ríen de esos Estados Unidos tan relamidos a nivel sexual. Y si Mercedes y Tina vienen a representar las minorías étnicas del país, Kurt, el gay del grupo, encarna el alter ego del creador de la serie Ryan Murphy (algo que explicaría que su personaje tenga más peso en la segunda temporada al cambiar de instituto y enamorarse de Blaine). La cultura gay también queda representada con la supuesta bisexualidad de Santana, el jugador de rugby que esconde su homosexualidad maltratando a Kurt y el carácter de Rachel, fruto de un hogar claramente rosa. Glee está protagonizada por un grupo heterogéneo que se pelea y reconcilia, que comparten amoríos en un tira y afloja de hormonas, que creen defender el espíritu del colectivo cuando en realidad se mueven por su propio egocentrismo: Rachel quiere destacar, las demás quieren ensombrecerla, Finn quiere ser más guapo y musculado que sus compañeros de gimnasio, y las victorias del Glee Club en los concursos estatales y nacionales quieren ser una vía de prestigio para ganarse el respeto de sus compañeros de recreo. ¿Acaso nuestra generación, criada en el seno del bienestar social, no se mira demasiado el ombligo?


Con todo esto, el blog se posiciona. Si bien la segunda temporada marca la definitiva mercantilización de la serie y la pérdida total de espontaneidad de los guiones, la serie sigue resultando tan entretenida como el primer día. Glee gana puntos cuando es más surrealista, cuando recurre al sublime personaje de Sue Sylvester y su ayudante con síndrome de Down, incluso cuando deja que Brittany diga sus tonterías de niña pequeña. Aunque todo resulte 'adorablemente imposible', la serie deberá ser fiel a su premisa y dejar que los personajes se graduen y abandonen el instituto, y a partir de aquí será difícil que los espectadores simpaticen con nuevos personajes. Glee ya ha conquistado su cenit y puede que en los próximos Emmys y Globos de oro retroceda posiciones. Si Murphy es inteligente, la venidera tercera temporada será la última para intentar no desvirtuar la esencia de la historia, algo que por desgracia no sucederá. Porque Glee, por depender de y ser una moda, se agotará toda sola. Aunque aún nos queda por delante un nuevo curso y una graduación final que cierre, si no la serie, sí el conjunto de tramas que abría su impecable primera temporada. Hasta entonces, el blog la acompañará y la aplaudirá. Al menos tenemos la certeza de que Glee, como OT, Michael Jackson y otros, siempre formará parte de la identidad de toda una generación, como Perdidos (Lost) lo fue en otros aspectos. Así que si no la vieron, despójense de cualquier prejuicio; y si están al día de lo que sucede en el Instituto McKinley, en septiembre volveremos con el ritual de descargas.

viernes, 15 de julio de 2011

La obra cumbre del cine chusco: Crítica de TORRENTE 4: LETHAL CRISIS

Un Torrente corregido y aumentado. No hay más humor, pero sí más roña en esta cuarta parte muy consciente en un principio de aspirar y luego de ser la película española más taquillera del año. Con eso se ha perdido no ya la sorpresa, sino la espontaneidad de la primera parte, incluso el buen funcionamiento de una segunda entrega muy comiquera, igual de mugrosa aunque más desternillante en sus formas. Torrente 4 parece un cálculo semiperfecto de intereses: la operación anticrisis de José Luis Torrente discurre en paralelo a la estrategia económica de partir de un presupuesto mayor para asegurarse una taquilla más espectacular. Si el cine es un mero intercambio monetario, si se trata de ganar beneficios en función de unos gastos, Torrente 4 merece ser considerada un modelo para todo ese cine español lastimero que se queja de no saber promocionarse ni llegar a su público potencial. Pero si hablamos de 'cine' en toda su dimensión, esta cuarta parte está a la cola, en las alcantarillas de toda la saga. La sucesión de cameos (que no de gags) y las pequeñas referencias a la prensa rosa local harán gracia a ese público de extraradio, adolescente o mayor, que casi nunca va al cine y que se traga todas las ediciones del Sálvame diario o deluxe. El resto puede sentirse atraído por ese tufillo rancio inherente de la franquicia, como aquél que va al cine con el único propósito de pasar un rato sin pensar demasiado, ni tan siquiera en lo que está viendo. Pero no hay nada que uno pueda rescatar de esta cuarta parte: valoro que Segura continúe recordándonos un modelo de españolidad que parece caduco y que todavía colea entre nosotros, pero si para eso tiene que brindarme chistecillos sobre 'maricones' y 'negros' desconecto enseguida. Sálvame diario es rápido, dinámico, efectista; aunque entretiene, hay que saber apreciar que ese dominio del tempo televisivo esconde entre bambalinas una amoralidad peligrosísima, una guionización de un espectáculo de clowns en discusión. Torrente 4 es igual de pegajosa, pero hay que ser críticos, como mínimo darse cuenta de que la película es mala a todos los niveles (técnicos e interpretativos). La mención al programa de Telecinco no es casual: entre las jaulas del zoo de Torrente 4 se pasean fieras como Ana Obregón, Belén Esteban, Kiko Matamoros, Josemi, Sonia Monroy o el mismísimo Paquirrín. El aspecto crítico tampoco: lo único que hay que menospreciar de Torrente es que la primera parte era divertida pero también crítica con su personaje; ahora todo es jerigonza y exageración, y me temo que el personaje guarro ya es más un ídolo que una caricatura de una realidad social para su público. Eso es lo que me preocupa de la película, más allá de su esperado mal gusto, de su inevitable humor de brocha gorda, de su apego a lo incorrecto. Todos estamos en crisis, incluso el policía madrileño más sucio de España: ahora sólo esperamos que el Segura director, independiente del actor más o menos interesante que es, conserve su dignidad y dé por finiquitada una saga en estado de putrefacción.


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Nota: 2'5

jueves, 14 de julio de 2011

Soledad y sordidez: Crítica de SON FRÈRE (SU HERMANO)

Hace tiempo que Luc huyó del núcleo familiar y se refugió en París para poder vivir libre, sin ataduras, sin tener que dar explicaciones de nada a nadie. Pero el pasado llama un día a la puerta de su apartamento. Su hermano mayor Thomas, el mismo que no aceptó la homosexualidad de Luc, se está muriendo. Tiene una enfermedad sanguínea: su nivel de plaquetas es tan bajo que cualquier golpe o herida puede acabar en hemorragia. La lógica sería que Luc tuviese una dolencia venérea, pero no: el inválido resulta ser el otro hermano que apenas conoce. La sangre es curiosamente lo que les une y lo que les separa, incluso Luc afirma que los lazos de hermandad son totalmente arbitrarios y que no siente a Thomas como propio. A pesar de todo, Luc dejará su relación con Vincent y combinará su trabajo en un colegio con pequeñas escapadas a un hospital parisino. No se sabe si el hermano ha vuelto para llamar la atención o hasta qué punto son inocentes los dolorosos comentarios que sueltan los padres de ambos en la habitación del hospital, pero tanto Luc como Thomas viven una segunda oportunidad para echarse en cara todo lo que nunca expresaron, también para sincerarse y verbalizar un amor que nunca se esfumó. De esta forma ambos se convertirán casi en amantes. Uno necesita del otro. Y el otro, al ver el cuerpo de Thomas menguar y casi desaparecer, se convierte en espectador íntimo de la decrepitud de su semejante. Una historia rodada con tonos oscuros, totalmente desnuda y sórdida, en la que al espectador sólo le queda huir o hundirse con los personajes. Chéreau filma la enfermedad del hermano con un tono marcadamente feísta y nos sitúa en una tesitura incomodísima: como el hermano callado al fondo de la sala, nosotros vemos cómo las enfermeras, con su particular frialdad y parsimonia, depilan la silueta escuálida de Thomas. Chéreau no tiene ningún miedo a resultar decrépito e insoportable: a diferencia de Coixet y su Mi vida sin mí, la lírica de Su hermano emana de la muerte y no de la vida. Por eso el film requiere de espectadores fuertes y comprometidos que sepan ver que, detrás de una superficie totalmente negra, hay una historia preciosa de reencuentro, aceptación, renuncias y cariños. Una película lánguida, escueta y explícita en la que una vez más se echa un poco de más el ampuloso estilo de Chéreau (La reina Margot resulta bastante satisfactoria, pero otras como Gabrielle son exasperantes): las digresiones temporales, ciertos subrayados (el adolescente que camina con un gotero por los pasillos del centro sanitario) y en contraposición elementos de la trama poco tratados (la poca definición de los personajes de los padres, el final excesivamente escapista) acaban por limitar las posibilidades del film. No emociona, pero sí deprime: como ocurre con el cine potente, logra que sintamos empatía por casos que en la televisión o en los periódicos resultan asépticos, rutinarios, impersonales. Un via crucis que acaba en el mar con la canción Sleep de Marianne Faithfull. Justo en el momento en el que salimos de la sala totalmente molidos con ganas de hablar con esos hermanos que hace tiempo no vemos.


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Nota: 6'5

miércoles, 13 de julio de 2011

Especial CHRISTOPHE HONORÉ: MA MÈRE y 17 FOIS CÉCILE CASSARD

MI MADRE (MA MÈRE), de Christophe Honoré (2004)
Mi madre tiene todo lo peor del cine de Honoré. El director se ha inspirado en una novela que imaginamos no era demasiado buena. Mi madre es la historia de una madre muy peculiar que no ve a su hijo desde hace años y que ahora, mientras veranean en una casa de las Islas Canarias y aprovechando que el padre de la familia ha muerto, quiere que su retoño participe del libertinaje, las noches de fiesta y las experiencias sexuales que ofrece el verano. Esta es la excusa argumental que da pie a un sinfín de bodegones mórbidos con cuerpos desnudos acariciándose, copulando, jugando a las perversidades sexuales más surrealistas. El problema es que Mi madre no sabe crear una atmósfera, no interesa ni inquieta, ni tan siquiera es entretenida como thrillers sexuales del estilo de Atracción Fatal, Infiel, Acoso o Instinto Básico (el último estreno de este subgénero sería la Chloe de Atom Egoyan). A Mi madre le sobra pedantería y le falta una historia potente. No es una reflexión sobre las relaciones maternofiliales, no funciona como película porno, ni tan siquiera la siempre excelente Isabelle Huppert salva tanta extravagancia. ¿Qué sentido tiene esa escena del hijo masturbándose viendo un cadáver o el momento en el que la amiga introduce un dedo en el culo de Garrel? Escatología barata enmascarada de cine de autor.



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Nota: 3'5



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17 FOIS CÉCILE CASSARD, de Christophe Honoré (Francia, 1996)
Cécile acaba de perder a su marido y no tiene fuerzas para nada. Sólo sale de casa para ir al cementerio. Es incapaz de superar la pérdida del ser querido y tampoco quiere rehacer su vida. Se recrea en su dolor, esconde la cabeza en su caparazón y huye a otro lugar, dejando a su hijo pequeño con su mejor amiga. En esa escapada  encontrará a Mathieu, un joven gay deseoso por conocer mundo. Ambos quieren huir, pero Cécile abraza la muerte y Mathieu se aferra a la vida. Él quiere conocer cuantos más chicos mejor, y ella ha renunciado a tener relaciones sexuales con otros hombres. Entre ellos se establece una relación de amistad muy curiosa, aunque Cécile sigue sin dar su brazo a torcer, recreándose en un luto que no parece tener fin. Finalmente Cécile irá aprendiendo la cita literaria que parece guiar la existencia de Mathieu: Vouloir le bonheur, c'est déjà un peu le bonheur. La melancolía de ella, los bailes de él. Una extraña pareja a la deriva que Honoré filma con respeto, sin juzgarla, sumiéndonos en la apatía de Cécile y la vitalidad de Mathieu. Ya en su ópera prima Honoré demuestra una coherencia estética increible, se recrea en el oscuro mundo de su protagonista y por momentos prefiere abrazar un romanticismo negro más visual que narrativo (Cécile intentándose suicidar en un río, el baile de los protagonistas). Honoré se muestra radical y su 17 fois Cécile Cassard resulta tan desoladora como exasperante, tal y como ocurre con esa Cécile tan esquiva, una Madame Bovary que se mueve en escenarios abstractos, putrefactos y coloristas según el vaivén imaginativo de su director. Aunque si se trata de no poner en duda las decisiones y actitudes de los personajes, 17 fois Cécile Cassard es una elegía en la que no es difícil reconocer escenas potentísimas y momentos muertos, contrastes y contradicciones de un realizador excéntrico y unos personajes bizarros que, a pesar de todo, dejan huella.


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Nota: 6

martes, 12 de julio de 2011

HARTOS DE LA CARTELERA VERANIEGA

La semana que viene sucederá en la taquilla española un hecho que merece ser reseñado. La mayoría de películas que figuren entre las más vistas serán secuelas o precuelas, en todo caso premisas, argumentos, personajes, historias que en su día ya tuvieron un antecedente en la cartelera. A la tan esperada última entrega de Harry Potter (que, atención, es la octava película de una saga de siete libros) hay que sumarle Cars 2, Resacón 2 ¡Ahora en Tailandia!, Kung Fu Panda 2, Transformers 3, X-Men: Primera generación y Piratas del Caribe: en arenas misteriosas. Eso abre varias vías de debate. En primer lugar, la confección de la oferta de cine veraniego se demuestra cada vez más pobre y la major de turno prefiere seguir rentabilizando sus gallinas de los huevos de oro que crear otras franquicias. En segundo lugar, el público adolescente, el perfil potencial de espectadores de estas películas, no puede abarcar tanto en tan poco tiempo, y eso acaba dando cierto aliento a las descargas 'alegales'. En tercer lugar, el espectador más o menos cinéfilo, que acude al cine una vez al mes, rechaza tales ofertas conscientes de que el target de esas películas no es el suyo de aquí que en paralelo figuren éxitos del llamado 'cine adulto', este año representado por Un cuento chino, Pequeñas mentiras sin importancia o la resistente Midnight in Paris (aunque también hay sonados fracasos como los de Blackthorn o Win Win).  En último lugar, hay que destacar que el verano sirve para estrenar, más bien para colar de tapadillo aquellas películas que en su día no se comercializaron y que ahora salen de los almacenes de las distribuidoras, a imagen y semejanza de las tiendas de ropa que quieren liberar stock durante las rebajas estivales: de esta forma, en pequeños cines de las capitales podrán verse estos días películas muy interesantes como Betty Anne Waters, El hombre de al lado, Mammuth o La prima cosa bella. Y con todo esto nos preguntamos: ¿no existe un modelo de distribución y proyección más coherente? Ni la película más comercial, aunque venga auspiciada por una gran campaña de promoción, ni que recurra al cada vez más debilitado 3D, logra tener unas cifras decentes. ¿No se dan cuenta de que tanto el espectador ocasional que acude al cine con la excusa de las vacaciones como el fiel de todo el año pierde con este sistema? ¿Para qué proyectar Transformers 3 en 3 salas de un mismo cine si a la semana siguiente el mago británico acaparará esas pantallas? No se engañen: los superhéroes amasan mucho dinero, pero no tanto como hace unos años (y no sólo por culpa de Pelisyonkis y similares). Lo más sensato es quedarse en casa, regular el aire acondicionado y programarse sesiones a la carta con dvds y canales temáticos públicos o privados. Porque, y eso es lo peor, las cintas que no son secuelas también se parecen sospechosamente a otras historias: ¿acaso Blitz, Algo prestado o Sólo una noche no se parecen a esa típica peliculilla que hemos visto miles de veces? No animan ni la playa ni el tiempo libre: que venga septiembre, porque más de uno ya está harto de la cartelera veraniega.

lunes, 11 de julio de 2011

Entre dos mares: Crítica de CONTRACORRIENTE

Aviso: la reseña contiene datos importantes de la trama.
Representante a los Oscar de Perú, país que el año anterior consiguió su primera nominación con La teta asustada. Nominada al Goya a la mejor cinta hispanoamericana. Proyectada y premiada en sinfín de festivales. Había muchas ganas por ver Contracorriente, y la película era una de las deudas que este blog tenía con el cine del 2010. Pero, me tendrán que perdonar, todo me ha parecido una soberana tontería. La historia de Miguel, casado y a punto de tener un hijo, pescador y aspirante a predicador de un pueblecito costero, enamorado en secreto de Santiago, es una de las historias de amor más alicaídas de los últimos años. Una película que se ahoga toda sola: empieza bien, y se desvía de su ruta al seguir una senda mística innecesaria. Miguel ve el fantasma de Santiago en un ejercicio pseudolírico de amor más allá de la muerte (muy telenovelesco). Para colmo, cuando descubren el cadáver de Santiago al fondo del océano, y cuando Miguel ya ha decidido en qué mar quiere nadar con respecto a su identidad sexual y a su posición dentro de la pequeña comunidad que habita, el director nos trae a la madre y la hermana del fallecido como residuos arrastrados por la marea. Es en ese momento cuando Contracorriente copia el encuentro final de Brokeback Mountain: si Heath Ledger sosteniendo la americana azul de su amante emociona sin aspavientos, el entierro de Contracorriente me deja totalmente frío. Un intento ñoño por describir la represión que viven muchos homosexuales en zonas tan apartadas, fuera de las grandes ciudades, en las que todos se conocen entre todos y en las que al individuo no le queda otra que seguir los modelos familiares perpetuados por los demás: eso es al menos lo que inspira la escena más representativa, a su manera también la más simplona, de todo el film: el momento en el que la mujer de Miguel, cómplice y testigo callado de las dudas de su pareja, cambia el canal de la televisión para que su marido vea fútbol y no un culebrón sudamericano (una idea muy básica de lo que significa para sociedades muy primitivas los conceptos de 'macho' y 'hetero'). Lástima que su historia no cale hondo. ¿Irá todo esto a contracorriente de todo lo visto, escrito y leído sobre la película?


Nota: 4'5

sábado, 9 de julio de 2011

Especial CHRISTOPHE HONORÉ: LES CHANSONS D'AMOUR y HOMME AU BAIN

LES CHANSON D'AMOUR (LAS CANCIONES DE AMOR), de Christophe Honoré (Francia, 2007)
Uno de los aspectos que más destacan los críticos del cine de Almodóvar es su capacidad por conjugar lo sublime con lo ridículo, una idea que se repite en casi todas las reseñas y que han tomado para sí todos los cinéfilos que intentan adentrarse en el complejo mundo fílmico del manchego. Esa idea también se podría aplicar al cine de Christophe Honoré: sus películas se debaten entre una tensión lírica y otra sexual, sin posibilidad de una narrativa convencional, en línea recta, con su particular sujeto, verbo y predicado; su presentación, nudo y desenlace. Honoré juega todo el tiempo a romper la lógica de sus relatos y el espectador recibe a cambio imágenes muy diferentes durante una hora y media en el que se dan la mano lo genial con lo escandalosamente risible. Así, llena de fugas, contradicciones y digresiones discurre Les chansons d'amour, una película provocadora, sinestésica, caótica y desordenada, capaz de encandilar y enervar a partes iguales. Como ocurre con Almodóvar, hay ciertas escenas que uno no sabe si fueron concebidas para provocar la risa o invocar el llanto, y de hecho esa inestabilidad, ese no saber qué ocurrirá en la escena siguiente, es lo que sustenta un film frágil, homenaje a la chanson française y encantada del carácter libertino de su estructura y de sus protagonistas. Con Honoré nunca hay personajes en el sentido estricto del término: más bien conceptos, ideas, siluetas que esconden un alma inquieta, ángeles de formas etéreas que se enredan y desenmarañan a gusto del realizador. Honoré vuelve al concepto y prescinde del cuerpo de sus criaturas: por eso sus escenas sexuales son tan sutiles, más insinuadoras que explícitas, más románticas que físicas, como si el francés estuviese enamorado del amor en mayúsculas, y no de sus enamorados. Es aquí cuando la ilógica de Les chansons d'amour se vuelve la tónica habitual: una pareja heterosexual se quiere, pero ella siente algo por otra chica y él acabará liándose con un estudiante de ciencias. La vida en su explosión más colorista y la muerte en su expresión más sombría vuelven a juntarse, como tantos otros antónimos que Honoré toma para sí atrayendo todos los polos opuestos posibles. De esta mezcla de tonos y referencias sale una película que tiene mucho de la Nouvelle Vague y de Audrey Hepburn, de Jules et Jim y de Los paraguas de Chesburgo, del vodevil y del papel cuché, también de Almodóvar. Honoré viene a decirnos que todos necesitamos de alguien que nos dé cobijo en los momentos alegres y tristes, que la soledad es tan irremediable como terrorífica. Aunque lo que destaca es la forma de contarlo: hasta ese final en el balcón, volviendo a ese París nocturno que protagoniza discreto la película, el espectador no sabe si lo que está viendo es un chiste o una reflexión grave de la vida. En Cannes 2007 fue una de las más detestadas de la Selección oficial, pero este blog se siente totalmente afín al estilo paranoico de Les chansons d'amour. Llena de rimas o de ripios según quien la mire, pero en todo caso repleta de rabiosa originalidad, de una inconfundible personalidad.


Nota: 8


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HOMME AU BAIN (HOMBRE EN EL BAÑO), de Christophe Honoré (Francia, 2010)
El director Christophe Honoré explota al máximo su condición de voyeur en Homme au bain, una película rara, no realizada para distribuirse en los circuitos habituales y aún menos para tener la fama y el impacto de sus anteriores obras. Se trata de un experimento inusual en el que Honoré viene a decirnos que lo que más le interesa es la sexualidad tras la cámara. François Sagat, muso del cine erótico gay, protagoniza una historia en la que se suceden escenas de desnudos, relaciones sexuales y escaso diálogo. Honoré empezó como novelista y parece que ha acabado rodando engendros sin libreto alguno. Homme au bain intenta ser poética y acaba siendo aquello que parece: una película casi pornográfica vestida (o desnuda) de cierto refinamiento para estetas excéntricos. Destaca el citado Sagat: él, con ese físico tan extraño, es el objeto del deseo del resto de personajes y el sujeto al que Honoré filma con delectación, imaginamos que en estado de continua erección. Porque para eso sirve la película: para situar de tapadillo el cine porno en las estanterías del cine convencional (o habitual, o mejor). Aún así, en algunas escenas, sobre todo ese episodio neoyorkino con Chiara Mastroianni (tan fiel a su director fetiche que le ha acompañado en un proyecto que sabía a naufragio desde el principio), Honoré demuestra que incluso con una cámara casera y sin sonido puede crear escenas con cierta atmósfera. Si sus tendencias, ya sean sexuales o cinéfilas, les hacen totalmente inmunes a los músculos de François Sagat, olviden esta película. De todas formas, seguro que Sagat tiene mejores películas para tardes calientes... Volviendo al título, al menos tenemos que agradecerle a Honoré que no se le ocurriese filmar a Sagat haciendo sus necesidades.


Nota: 4

viernes, 8 de julio de 2011

Evocando Las vírgenes suicidas: Crítica de CRACKS

Cracks recuerda de forma evidente e inevitable a Las vírgenes suicidas. Ambas son las óperas primas de dos directoras jóvenes, hijas de dos símbolos del cine norteamericano como son Ridley Scott y Francis Ford Coppola. En ambas películas los padres han ejercido de productores ejecutivos, y las dos vienen de estirpes cinéfilas y cinematográficas: además de los Oscar y las obras maestras rubricadas por los padres, Jordan Scott es sobrina de Tony Scott y Sofia Coppola es prima de Nicolas Cage. Tanto en Cracks como en Las vírgenes suicidas hay un uso impecable de la música: Coppola recurrió a sus admirados y conocidos Air, mientras que Scott ha confiado en el compositor español Javier Navarrete, autor de la excelente banda sonora de El laberinto del fauno. Una y otra película conectan al describir un grupo de chicas adolescentes unidas por vínculos muy profundos, la pérdida de la inocencia y el despertar sexual. Las historias están contadas como un microcosmos femenino de lolitas diabólicas que discurre en paralelo a dos grandes conflictos bélicos: en Las vírgenes suicidas planea la sombra de la Guerra del Vietnam, mientras que la Segunda Guerra Mundial es crucial en las vidas de las niñas de Cracks. Y de la tensión entre esos dos mundos (el personal y femenino, que choca con el contexto y pesimismo social) surgen dos hechos terroríficos que vertebran las dos historias: en la primera, el suicidio de la hermana pequeña; aquí, la actitud de una profesora llena de miedos y complejos que acaba en tragedia. La lista de relaciones sigue: Las vírgenes suicidas sucedía en un ambiente estudiantil típicamente norteamericano, mientras que Cracks ocurre en un colegio británico, aunque en ambas el escenario sirve para describir los prototipos de mujer de dos épocas (la de la primera mitad de siglo, apenas un accesorio al lado del hombre dominante, soldado y trabajor; y la de los años 70, más libre, auspiciada bajo el movimiento feminista e insertada en el mundo laboral). De la mojigatería picarona de estas Cracks a la voluptuosidad festiva de las chicas de Coppola, la línea que forman casi sin querer dos películas contadas en femenino y con un aplomo inusual para tratarse de proyectos primerizos. Cracks, como Las vírgenes suicidas, destaca por su sensibilidad, la medidísima dirección de actrices (quizás porque Scott y Coppola han trabajado como intérpretes) y la capacidad de crear una atmósfera entre preciosa e irrespirable (quizás porque ambas han escrito su guión apoyándose en una novela de éxito).


A la espera de saber si María Valverde se convertirá en una actriz tan popular como Kirsten Dunst o de si Cracks será en un futuro tan reivindicada como Las vírgenes suicidas, la película que nos ocupa puede describirse como una trama elegante de conflictos entre féminas. Scott encierra a sus personajes en una especie de internado y todas, excepto la estudiante española recién llegada, saben y han asumido que nunca saldrán de las aulas, el bosque y el lago de su colegio. La profesora Miss G. que interpreta Eva Green (su mejor papel tras Soñadores) es el corazón de la cinta, un personaje que vamos conociendo poco a poco: primero, fascinados por su vestimenta y desparpajo; y al final, por ser el vértice más potente de un triángulo lésbico cuando sus oscuridades y miserias ya pertenecen al público. Pese a todo, porque en toda ópera prima siempre actúa un 'pero', Scott sugiere demasiado y se arriesga poco en las escenas que requieren mayor intensidad, un narrador más explícito. Reconozco que a veces el ritmo es un tanto tedioso y a veces dan ganas de darles dos guantazos a las niñitas. Aunque quien vale, vale: el camino para convertirse en una crack del séptimo arte será largo, pero Jordan Scott apunta maneras con una primera película más que sólida. Seguro que a Sofia Coppola, ya consagrada, le encantará Cracks.


Nota: 6'5

jueves, 7 de julio de 2011

Hermanos que se quieren demasiado: Crítica de DO COMEÇO AO FIM

Un hermano mayor es lo más parecido a un amante. Él es el que nos guía, nos enseña. A veces se establece incluso un vínculo total: el pequeño lleva la ropa del mayor, el pequeño juega con los juguetes del otro, ambos van a la misma escuela y comparten experiencias vitales. El cine se ha dedicado a mostrarnos las tensiones entre hermanos con thrillers, comedias y dramas, pero siempre suponiendo que entre familiares surgen rencillas y celos. Do começo ao fim rompe con cualquier lógica: los dos hermanos del film mantienen una relación muy estrecha y durante su infancia funcionan como un monstruo de dos cabezas en la que cualquier expresión de cariño parece adquirir un significado diabólico. Aceptar la homosexualidad del hermano tampoco plantea problema: aquí ambos comparten tendencia sexual y querencias, porque el mundo que se ha formado entre Francisco y Tomás es tan personal y cerrado que ambos funcionan como familia y amantes. El director cuenta su historia asumiendo los extremos como normales y la sensación es que los mimos (en su niñez) y posterior contacto carnal (en su etapa adulta) de los protagonistas es una mera provocación que no ahonda en nada. La relación de necesidad y posesión entre hermanos está muy mal contada, o directamente se elude en una película que cede a la imagen de postal: los juegos entre los chicos, su viaje a Buenos Aires, incluso ese comienzo en el hospital están rodados como videoclips dentro de lo que intenta ser una historia de amor a lo largo del tiempo. La gran paradoja es que, al contrario de lo que indica su título, la trama parte de un inicio pero no se dirige hacia ningún final concreto: todo queda en el aire, por lo que esos hermanos enamorados acaban como cuerpos pero no como personajes complejos, bien descritos, sólidos, lo suficientemente interesantes como para atraer nuestra atención. ¿Qué sentido tiene que ese narrador en off? Tampoco se incide en esa clase social bienestante brasileña que presenta la película, ni la relación entre los padres y sus posibles negligencias como educadores (la existencia de dos padres tampoco da pie a que el director salga de su ensimismamiento). El resultado es una película que pasa y no queda, que camina de puntillas por cuestiones que merecían mayor atención y atino. Aunque precisamente por presentar como normal (y normalizada) una historia de amor gay y entre congéneres (una herejía, o el colmo de los colmos para la derecha recalcitrante) se ganará la estima de un público muy concreto, consumidor de un cine queer facilón más afín a Another Gay Movie o Boy Culture que a los grandes títulos del género (si es que podemos considerarlo un género). Un anuncio de Benetton rosa 'falado' en portugués.


Nota: 5

miércoles, 6 de julio de 2011

20 OBRAS A REIVINDICAR EN EL CINERANKING 2011

 Mientras vamos recibiendo los votos de los 37 participantes del Cineranking 2011, hacemos una lista de esas películas pequeñas que se cuelan en medio de otro títulos más conocidos. Películas que necesitan vuestros votos para poder ser consideradas a final de año. Recuerden que los estrenos en dvd también forman parte del cine del año, así que títulos como Kinatay entran en la carrera. Esta es la lista de obras a reivindicar.

1. KINATAY, de Brillante Mendoza (Filipinas)
9, 1 voto

2. LA DANZA, de Frederick Wiseman (Francia)
9, 1 voto

 3. MISTERIOS DE LISBOA, de Raoul Ruiz (Portugal)
9, 1 voto

4. MADEMOISELLE CHAMBON, de Stéphane Brizé (Francia)
8, 1 voto

5. MADEO (MOTHER, MADRE), de Bong Joon-Ho (Corea del sur)
8, 1 voto

6. THÉRÈSE, de Alain Cavalier (Francia)
8, 1 voto

7. TOURNÉE, de Mathieu Amalric (Francia)
7'5, 2 votos

8. LOLA, de Brillante Mendoza (Filipinas)
7, 1 voto

9. POTICHE: MUJERES AL PODER, de François Ozon (Francia)
7, 3 votos

10. CONFESSIONS, de Tetsuya Nakashima (Japón)
6'5, 2 votos

11. NOWHERE BOY (EL JOVEN JOHN LENNON), de Sam Taylor Wood (Reino Unido)
6'5, 2 votos

12. NO MIRES ATRÁS (LA RAGAZZA DEL LAGO), de Andrea Molaioli (Italia)
6'3, 3 votos

13. MAMMUTH, de Benoît Delépine y Gustave de Kervern (Francia)
6, 1 voto

Otras que también entran en el Cineranking 2011:
14. Carlos 
15. El último verano 
16. La vida sublime 
17. Inside Job 
18. Los colores de la montaña 
19. Miel (Bal) 
20. Todos vos sodes capitans