miércoles, 1 de junio de 2011

A vueltas con LARS VON TRIER: a propósito de Hitler

LA PERSONA
Cuando Lars Von Trier había acabado sus estudios de cine en Copenhague y ya despuntaba como uno de los realizadores europeos con más potencial, su madre vino a destapar un secreto que trastocaría su vida por completo. 'Tu padre no es tu padre, sino otra persona', y con esa confesión todas las bases del ya de por sí inestable Von Trier quedaron reducidas a escombros. Tras el entierro, especialmente traumático, buscó y encontró a ese padre perdido, pero éste nunca quiso saber nada de él. Ya era demasiado tarde. Así que ese niño que rodaba películas caseras con su tío, el chaval raro que vivía en un barrio residencial privilegiado, el joven introvertido que quería ser artista, empezó a poner en duda toda su infancia. De allí surgió el enfado, la rabia y el ímpetu necesario para construir nuevos endamiajes sobre esas cenizas: las de la madre, y las que la madre había dejado con esas palabras en una habitación gris de un hospital danés. Y Von Trier construyó películas, la trilogía más o menos perfecta de la Segunda Guerra Mundial: El elemento del crimen, Epidemic y Europa. Aunque realmente fue entre las dos últimas cuando la vida de Von Trier cambió. Así que en Europa interpretó a un joven judío, satélite de la familia protagonista del film: una dinastía construida sobre el bienestar ferroviario y sobre la que pesaba la mancha de haber colaborado para las gentes de Hitler. Jean-Marc Barr, el protagonista de ese film, moría ahogado en la escena final, y esa es claramente una imagen de ese Von Trier mórbido que, revisando la historia en mayúsculas, también repasaba su propia historia. El cambio de padre era claro: Von Trier, que se había considerado judío toda su vida (aunque su familia no fue nunca practicante ni especialmente religiosa), era hijo de las manos que mecieron el desastre del Holocausto. Como todas las biografías, este hecho puede basar o no el visionado y la interpretación de esa etapa del Von Trier principante, también la ruptura que supondría más tarde Rompiendo las olas, el golpe de atención mediática del Dogma 95, hasta llegar a Antichrist, en el que el ejercicio de autohipnosis, introspección y exorcismo llegaba a límites insospechados (volviendo, curiosamente, a los tonos en blanco y negro que recorren los fotogramas tétricos del primer Lars Von Trier). Al final la persona se reveló más interesante que el artista: quien hace películas tiene en su vida la superproducción más terrorífica.


Pero no le toca al espectador descifrar la personalidad de la persona que se esconde entre las imágenes de una película. Ni tan siquiera al analista, crítico o entendido, que debe ceñirse más que nadie a las virtudes o defectos de los fotogramas. Aún así, es innegable que la persona de Lars Von Trier, la misma que late medio invisible medio explícita en todos sus films, aparece en sus ficciones, a veces contradiciéndose, a veces jugando a ser aquella persona que no es. El misterio de Von Trier está en su propio interior: parece que sólo una vida un tanto tortuosa y una mente un tanto peturbada como la del danés podía dar como resultado un director de cine especial, excelente según muchos, merecedor de otros calificativos según muchos otros. Obviamente la persona de Von Trier no justifica que citase a Hitler en la press conference de Melancholia de la pasada edición de Cannes. Lo que acaso justifica es su preocupación constante por la muerte, su atracción por la simbología y estética nazi (que, todo sea dicho, cultivó durante su período estudiantil en la capital de Dinamarca), su filia por la figura de la imagen sufriente y al mismo tiempo la frialdad necesaria para acometer hasta el final verdaderas atrocidades sobre sus débiles, indefensas protagonistas. Von Trier es tan maltratador como maltratado, y en su sino aún existe el debate de si es judío o alemán. Siempre he creido a Von Trier como una persona más sensible y vulnerable de lo que parece, y su coraza viene a ser el personaje que ha creado a su alrededor, medio a propósito medio por casualidad. Entramos, tras una cita de la vida objetiva de Von Trier, en el terreno de las hipótesis subjetivas. Sea como sea, la persona de Von Trier es uno de los elementos de la ecuación matemática, la misma que dió como resultado ese 'I understand Hitler' tan sacado de contexto.


EL PERSONAJE

El personaje de Lars Von Trier ya se gestó desde una edad temprana. Era un niño manipulador, embaucador y caprichoso: quién sabe hasta qué punto sus estudios en cine respondían tanto a una verdadera inquietud personal como a la secreta intención de desvincularse de la férrea moral, según él irrespirable, de su familia. Epidemic es una provocación de principio a fin, y más cuando en ese momento Dinamarca se abría al exterior al ganar dos veces consecutivas el Oscar a la mejor película de habla no inglesa por Pelle el Cosquistador y El festín de Babette. Por un momento, Von Trier pensó que no estaba participando de la renovación cinematográfica que habían iniciado sus coetáneos, y eso le llevó a Europa, más madura, totalmente preparada para arrasar en Cannes, su casa desde ese momento (Epidemic había concurrido en una sección paralela del festival francés), y Sitges. Ya con Europa hubo polémica en La Croisette: meses después del certamen Von Trier habló con miembros del jurado, y muchos expresaron en público y en privado su animadversión al danés, algo que Von Trier no digerió bien. Mientras pensaba que Europa hubiera merecido la Palma de oro (y no el Premio del jurado), Von Trier dirigió Riget, y como en Epidemic, él pasaba a ser un actor, el narrador que cerraba cada capítulo de la serie. El esplendor de su personaje nace con el proyecto Dogma 95: quienes investiguen sobre el nacimiento del último movimiento cinematográfico más importante del S.XX se encontrarán con mil y un chistes, desacuerdos, desaires y acciones más propias de un publicista que de un verdadero creador de historias. Celebración hubiera podido ser otra referencia a su familia, pero prefirió dirigir Los idiotas, destapando su faceta más irónica, socarrona. Bailar en la oscuridad era otra impostura: viajaba a unos Estados Unidos que el danés nunca había pisado, jugaba con el musical sin que su obra se incluyese estrictamente en los códigos de ese género, y dilapidó sin piedad ese decálogo al que antes se había acogido como fiel devoto. Dogville, otra extravagancia. Antichrist, rabiosamente radical, con su cita de 'soy el mejor director de cine del mundo' sobrevolando las bambalinas de Cannes. Así hasta que hace unos días se presentara en la Costa Azul como un rapero deslenguado, con un 'fuck' escrito en sus puños. ¿Hasta qué punto el personaje enmascara a la persona? La cuestión importante es que la referencia a Hitler no ha sido lo más gordo ni lo más recriminable del danés. Con semejante currículum, ¿cómo puede Cannes sobredimensionar las mofas, bromas o rarezas de Von Trier justo ahora? Ojo: la historia de Trier es también la de Cannes, un arco que abarca la primera y también la última cinta del realizador. El estandarte de Persona non grata era la última medalla, aunque sea de un honor dudoso, que le quedaba por conquistar. De la misma manera que hay que tener presente a la persona, también hay que recordar al personaje: ese mentiroso compulsivo, generador de titulares y provocador de profesión que todos sabemos que es. ¿Por qué aplaudir las palabras de Gervais en los Globos de oro 2011 y criticar la mención hitleriana del susodicho? ¿Acaso no existe una doble tabla de medir cuando entra Von Trier en juego?

EL DIRECTOR
Todo esto tenía que acabar con el tercer miembro de la suma: el director. Nada de lo dicho tendría sentido si no fuera un director de cine personal, lúcido, del que no dejar indiferente a nadie es su mayor tara y a la vez virtud. Si entre los fotogramas de sus películas no hubiera una armonía, belleza o arte que justificase las telarañas de su parte oscura, no tendría sentido perder el tiempo escribiendo sobre su figura. Curiosamente Von Trier es de los pocos realizadores que conocen tanto los cinéfilos más veteranos como los más jóvenes. Se sitúa entre lo popular y lo intelectual. Citen su nombre a un grupo más o menos reducido de personas y seguro que alguien salta con un aplauso o un insulto. En una sociedad (la europea, la que representa Cannes, al menos cinematográficamente) en la que sólo los futbolistas tienen la categoría de héroes nacionales, el Festival galo, como dijo Almodóvar hace poco, es una de las pocas celebraciones de la cultura en su máximo apogeo: la verdadera expectación es la de conocer lo nuevo de los mejores realizadores, esperando también apuntar algún nombre desconocido a la lista de los consagrados. Esa gloria y plenitud de la cultura, que también tiene su parte mercantil en la venta y promoción de películas, no tiene lugar más que en alguna feria literaria y fiestas extraordinarias. Y en ese contexto de fragmentación, Von Trier es uno de los pocos nombres que reconcilia y divide, proyectándose en muchos más cines de lo que es habitual para un autor europeo, acaparando más portadas de lo normal para alguien que no juega en la primera división de Hollywood, siendo un referente incluso para los que consumen un cine claramente diferente al que representa Cannes. La historia del cine ya no puede prescindir del Lars Von Trier persona, personaje y director. Y aunque se hayan dicho muchas cosas tras el comentario hitleriano, uno debe apelar a un sustrato estrictamente cinematográfico, el recuerdo de sus obras. Sea como sea, sea quien sea Von Trier, atentar contra su figura no vendría más que a empobrecer el panorama cinematográfico actual. ¿Acaso podría un ciudadano 'homófobo' prescindir de las obras de Shakespeare, los collages de Warhol o las películas de Pasolini? Eso si olvidamos la incontable lista de artistas ya clásicos que en su día apoyaron la causa de Hitler. Obviamente no escondo mi empatía hacia Von Trier, pero tampoco justifico sus recientes declaraciones. La cuestión es que todo es mucho más complejo, y que en ningún caso la personalidad del artesano desacredita el poder de sus figuras. Puede que el post en conjunto resulte demasiado disperso, pero no hay otra manera posible de abordar la figura y las sombras de Von Trier. Así que debemos prepararnos para olvidar cualquier anotación secundaria y llegar vírgenes a la proyección de Melancholia, esperando recibir un impacto puramente y estrictamente cinematográfico. Una película que vendrá a engrandecer y a complicar esta triple faceta del danés. ¿Acaso existe una persona, un personaje y un director de cine más apasionante que el señor Von Trier?

2 comentarios:

Matias dijo...

Von Trier para mi es de los pocos directores que filman con cojones , es apasionado y no le teme al fracaso y suele ser muy arriesgado , eso para mi es ser cojonudo!! por eso en mi vida Lars es una "persona Grata"


Pd: te dejo mi blog de cine que parti hace unos dias , haber si te gusta!

http://pasandotepeliculas.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Es buen director pero tampoco para chuparle las bolas a todas sus peliculas les colocas 10 vi otras criticas de peliculas muy buenas y apenas sacan un 8, nada objetivo tu analisis, pero el arte es subjetivo, para algunos es bueno y para otros no, que bueno que te haya maravillado y eso es arte, pero no para todos

Melancholia es 9, pero no 10
Antichrist es 7 a 8, pero no 10