martes, 16 de marzo de 2010

DESCIFRANDO EL 3D


2009 ha supuesto la consagración definitiva de las siglas 3D en las salas de medio mundo. Los mundos de Coraline, Lluvia de albóndigas, Up y sobretodo Avatar se han acogido a este nuevo sistema de proyección con las gafas típicas, ahora mejoradas. Las salas IMAX han perdido el monopolio a lo que nuevas dimensiones se refiere y los analistas aseguran que este cambio abre una nueva brecha en el modo de ver, filmar y concebir el cine. Los que aseguran que el nuevo sistema supone una revolución similar al del sonido o la imagen en color exageran, básicamente porque las salas con películas en 2D siguen llenándose si la película lo merece. Cintas como La cinta blanca demuestran que no se necesitan nuevos trucos para crear emociones vivas y lograr imágenes con múltiples texturas. El futuro del cine está en el pasado, rezaba el último número de la revista Cahiers du cinéma, y puede que sea cierto. El gran público ha descubierto el 3D gracias a Avatar, y es de justicia que ambas cosas queden relacionadas en los anales de la historia cinéfila. Avatar tuvo la suerte de estrenarse en período navideño y ha sido una de las películas menos pirateadas ya que el público era consciente que nada igualaba a la experiencia de ver los seres de Pandora en la gran pantalla. Todo ello ha favorecido a que el film de Cameron sea el más taquillero de la historia, siempre sin tener en cuenta la inflación de la moneda y el alto precio de las entradas en 3D. Es lógico pensar que los Oscar y la falta de estrenos populares afianzarán aún más y durante los próximos días las andanzas de Avatar. El fenómeno no para y merece la pena analizar sus características, partes y posibles desventajas.




El 3D es caro pero rentable. Los multicines que adaptaron algunas de sus salas para la magia tridimensional han rentabilizado con creces la jugada y la estrategia es a día de hoy una fuente inagotable de beneficios. El sistema no tiene el mismo ritmo en cines pequeños de ciudades medianas en los que las salas sólo se llenan en sesiones concretas, siempre durante el fin de semana de estreno. Los cines han reservado sus salas más grandes para el 3D y aún existe la contradicción de si el público paga la entrada por la película o por el propio 3D. Si es por este segundo factor, las tres dimensiones serían tan sólo una moda pasajera, un intento más por innovar y alterar los patrones de consumo. Puede que el 3D sólo tenga fuerza en navidades, semana santa y veranos, o lo que es lo mismo, con las películas diseñadas para el gran público, muchas de ellas bajo el auspicio de alguna saga conocida. De no ser así, hay que tener claro que el 3D puede ser un complemento perfecto, pero no una imposición ni para el que dirige cine ni para el que lo proyecta. Es una soberana insensatez ver una película independiente o un título de los clásicos europeos en tres dimensiones, básicamente porque el sistema de visionado entraría en contradicción con la filosofía de la historia. ‘Nunca rodaré en 3D. ¿Qué interés tiene ver lágrimas gigantes?’, aseguraba Jason Reitman, director de Up in the air, en una entrevista reciente. La democratización del cine pasa por ver la película que se quiera en el formato que guste, pero también en el hecho que el director e implicados decidan cómo se verá su obra tras el proceso de rodaje. Volviendo a citar La cinta blanca, la película de Haneke logró en su primer fin de semana una media de 5000 euros en cada una de las 39 salas españolas donde se proyectaba, alcanzando el puesto número 11 del ranking final y alcanzando el número 10 tras quince días de éxito. Haneke es, a su manera y a proporción, un autor que realiza películas rentables: no gana más el que más taquilla obtiene, sino el que menos dinero gasta. La misma carrera hacia el Oscar que beneficia a Avatar también benefició a La cinta blanca, aunque Haneke no sea un autor popular ni tenga el apoyo de las grandes majors. ‘Solo pude rodar La cinta blanca gracias al éxito de mis anteriores películas’, afirma Haneke en otra entrevista. Lo mismo le sucede a Cameron y Avatar en relación a Titanic porque, como nos dice su película, todo, todos, estamos conectados.




Bien pensado, el 3D puede ser un sistema más aliado con la dictadura que con la democracia, términos espinosos. Cada espectador sale del cine habiendo visto una película diferente y las mejores obras no deberían dictar al espectador aquello que hay que ver, sino proponerles un mundo lo suficientemente rico para que el espectador elija. El plano conclusivo de Caché puede ser paradigma de este argumento: cada uno interpreta cosas diferentes que, a su vez, relacionará con detalles diferentes del resto de la película. En esta escena final, las imágenes trascienden las propias imágenes y entran en el terreno de lo impalpable, de lo subjetivo. ¿No es ésta la verdadera magia del cine? El 3D focaliza en exceso los planos, se potencia el efecto de profundidad y se desvirtúa la imagen llevando la ficción a un escenario más ficticio aún. El 3D puede entretener más, pero las gafas que median entre ojos y pantalla suponen un muro que desgaja la conexión entre espectador e historia. En mi opinión, los que entiendan que con el 3D el espectador interactúa con el film y pasa a formar parte de éste como si fuera su protagonista se equivoca de lleno. Otros elementos de debate están en la textura de los fotogramas, mucho más eléctricos, mecánicos, impactantes pero fríos, irreales; y todo lo que carece de realidad carece de impacto, en última instancia de profundidad (no en el sentido físico, sino metafórico: contenido). A riesgo de atesorar una visión romántica del sistema analógico, no hay mayor placer que el crepitar de la imagen, las pequeñas rayitas que cubren el celuloide desgastado o sentir desde la butaca los cambios de bobinas: ello nos recuerda que el cine está vivo, que existe un cinematógrafo y que hay un dispositivo de máquinas y humanos que se enciende y se apaga con cada sesión.



Por todo lo dicho anteriormente, a este analista le cuesta simpatizar con el mundo de Avatar. Sus escenarios no dejan de ser salvapantallas de lujo vistos tras una lupa de aumento, y ello le resta la belleza que, sobre el papel, tienen. El marine de Avatar establece una conexión con la civilización Navy, un viaje sin vuelta que contrapone dos mundos, quien sabe si, de forma metafórica, la posibilidad tridimensional frente al sistema clásico. La vida es más bonita en Pandora, o sea, en el mundo 3D: menudo mensaje subliminal. Entre tanto alboroto, el crítico de cine vive descolocado: ¿cómo valorar la fotografía, los efectos especiales, el montaje y demás características de la película? Salvando, quizás, los efectos de sonido, el especialista ha dejado de serlo y debe someter sus reseñas a nuevos criterios: ¿en qué se diferencia el 3D de Avatar al de Up? ¿Cómo saber qué película aprovecha mejor o peor las bondades del sistema? Apartado especial merecen las interpretaciones de los actores, ahora más cerca del espectador pero más lejos en otros aspectos. ¿No competía Avatar con ventaja en estos Oscar? ¿Su derrota, por lo tanto, no es más significativa? ¿Cómo valorar una película que, bien pensado, no es evaluable?




Si se trata de cambiar parámetros, el fenómeno Avatar no es tal. Reitero, no es un texto contra la cinta de Cameron, sino un intento por estudiar el 3D desde todos los prismas. Avatar está a punto de conseguir los 75 millones de euros en la taquilla española, pero más de la mitad de estos millones vienen de salas 3D. Si tomamos la calculadora, Avatar supera los 6 millones de espectadores, pero no los 11 millones que hicieron cola para ver Titanic. Décadas distintas, películas distintas, un mismo director. ¿No será el 3D un mero mecanismo para lanzar cifras al alza y alcanzar beneficios en tiempos de crisis? Y me pregunto: ¿pagaría un espectador por ver Titanic de nuevo en las salas en 3D, quizás con la esperanza de captar nuevos detalles del naufragio? Parece que Cameron está manos a la obra. Ya se ha hecho con Toy Story y seguro que se hará con otros tantos títulos. Ni qué decir la curiosidad que puede sentirse por ver un musical o una cinta porno en 3D. El filón acaba de empezar.





Seguimos descifrando el 3D y seguimos sin obtener resultados consensuados. Puede que el sistema aún esté demasiado verde y Avatar quede con el tiempo desfasada, como Titanic ahora, valga la relación. Tememos la decaída y posible cierre de los cines sin sala 3D porque, aunque es triste, una única sala 3D salva un complejo de 10 o 15 salas. En Cataluña, el lío es estratosférico con la inminente llegada del catalán como lengua base de doblaje. No me creo que un actor tenga su cuerpo en relieve como tampoco me creo que hable catalán o español si su lengua original es otra. Nos estamos alejando de la esencia del cine y el 3D da mucho miedo. ¿No sería mejor innovar desde el 2D, como hacían los pintores barrocos y renacentistas? Que el espectador elija, pero, sobre todo, que tenga opción a elegir. Apuntado lo objetivo, terminamos con lo subjetivo: nos quedamos con el 2D, el sistema que ha visto nacer y crecer (y nunca verá morir) las obras maestras de, por ejemplo, Buñuel, Von Trier o Eastwood. Por si acaso, veré Alicia en el país de las maravillas en 2D.

1 comentario:

juanbigorra dijo...

No creo que el cine en 3D sustituya al convecional, aunque también dijeron lo mismo cuando salieron por primera vez las películas sonoras y en color.